El ébola nos pone en crisis

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Cuando el ébola estaba confinado en África, la prensa europea hablaba de costumbres y ritos propios de Guinea, Liberia y Sierra Leona que dificultaban combatir la epidemia. El miedo a llevar a los pacientes al hospital por temor a que murieran, la desconfianza en la medicina occidental, la resistencia a incinerar los cadáveres, la estigmatización de los familiares del muerto… revelaban reacciones irracionales. Ahora que el Ébola ha mostrado que puede contagiar en Madrid, podemos valorar también nuestras propias reacciones ante el virus mortal.

La primera creencia que se ha revelado fallida es que todo contagio es evitable. Cuando se supo que la auxiliar de enfermería Teresa Romero, que había atendido al misionero fallecido, se había infectado, la directora de la OMS para Europa, Zsuzsanna Jakab, declaró que es “bastante inevitable” que haya más contagios en el futuro “por el extenso tráfico de Europa a los países afectados y viceversa”. Jakab hizo hincapié en que los trabajadores sanitarios que cuidan a los pacientes son los que tienen más riesgo de infectarse con el virus. También en EE.UU. la primera infectada por ébola ha sido una enfermera.

Esta consideración tan elemental de los riesgos parece ir a contracorriente de nuestra confianza ciega en la medicina moderna. Pertrechados de trajes aislantes, protocolos y procedimientos, nos parece que los profesionales sanitarios están también inmunizados contra el accidente y el error, y que cualquier fallo en la cadena de seguridad es inconcebible. Así que sí se produce lo impensable es que alguien no ha hecho lo que tenía que hacer.

Buscar culpables

Otra reacción típica, en nombre de la solidaridad con la auxiliar infectada, ha sido descartar de entrada que el origen del contagio pueda estar en cualquier error o accidente por su parte. Admitir esto sería “culpabilizarla”, se dice. Incluso el hecho de que ella misma haya reconocido la posibilidad de un error al quitarse el traje, se descarta como una declaración que ha hecho “presionada”. Y es que cuando no se admite la posibilidad de un desgraciado accidente, hay que buscar un culpable, un chivo expiatorio al que trasladar las culpas del “sistema”. Por lo tanto, la víctima no puede ser culpable.

Nadie ha demostrado que el fallo esté en los protocolos a seguir y no en el posible error en su seguimiento. De hecho, por lo que sabemos hasta ahora, los procedimientos seguidos han protegido a todos los demás profesionales que han atendido a estos pacientes. Lo único claro es que podría haberse diagnosticado y tratado a la enfermera antes de lo que se hizo cuando ya presentaba síntomas. Y estas fueron decisiones tomadas por médicos, no por responsables políticos.

Pero la superstición política obliga a trasladar la responsabilidad hacia arriba, es decir, ¡ministra, dimisión! No pienso que el gobierno perdiera mucho si no estuviera Ana Mato, pero tampoco creo que tenga ninguna culpa en el caso de que la enfermera se haya protegido mal al ponerse el traje. Si la Administración fuera responsable de cualquier posible fallo de los profesionales sanitarios, habría que estar cambiando de ministro continuamente.

Pero en este caso da la impresión de que el ébola ha contaminado la ya tradicional campaña de los sindicatos sanitarios contra el gobierno del PP. Lo único es que obliga a cambiar de registro. Antes la “marea blanca” aseguraba que teníamos la mejor sanidad pública del mundo, solo amenazada por la política privatizadora. Ahora resulta que el contagio del virus se ha producido por actos realizados en hospitales públicos, y el discurso ha cambiado. Ahora todo es decir: Nadie nos ha preparado, no tenemos suficiente información, solo nos han dado un cursillo rápido sobre el traje,…Y habida cuenta de que es una emergencia nueva, que ni la OMS sabe bien cómo combatir, y sin que existan tratamientos contrastados, no es extraño que haya riesgos.

Bien lo sabían los médicos y enfermeras que atendieron generosamente a los dos misioneros repatriados, que habían contraído el ébola por atender a los más pobres en África. Pero, a raíz del caso de Teresa Romero, da la impresión de que el miedo se contagia más fácilmente que la valentía.

Reacciones indignadas

Dice la prensa que el hospital Carlos III, donde está ingresada la auxiliar de enfermería, se ha visto obligado a contratar personal extra para atender todos los casos sospechosos y suplir a profesionales de enfermería que se han negado a trabajar con posibles enfermos de ébola alegando que las condiciones de seguridad no son las adecuadas. Incluso hay trabajadores que están renunciando a sus contratos para no tener que entrar a cuidar a estos pacientes. En el hospital de Alcorcón, donde Teresa Romero ingresó y donde se confirmó que estaba infectada por el ébola, el personal sanitario amenaza con pedir la baja ante cualquier sospecha de otro contagiado por ébola. Ciertamente, la atención de estos enfermos exige un especial espíritu de servicio del personal sanitario. Pero si no lo afrontan ellos, ¿a quién se le puede exigir?

Comentando la psicosis de estos días, Juan Manuel de Prada ha escrito en ABC (11-10-2014): “A las sociedades sanas se las distingue porque, ante el sufrimiento, se cierran como una piña, haciendo de ese sufrimiento una causa común, en un anhelo por consolar y compartir los quebrantos de quienes más padecen. Las sociedades enfermas, por el contrario, ante el sufrimiento se dispersan como almas que lleva el diablo; y se empeñan lastimosamente en buscar culpables”.

Tras observar las reacciones “indignadas” de estos días, aumenta la admiración hacia los profesionales sanitarios que están combatiendo el virus del ébola en los países africanos afectados, sin duda en condiciones mucho peores que en Madrid. No vendría mal que nos contagiaran algo de serenidad y de coraje.

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