El divorcio y el descenso de la nupcialidad hacen crecer el «club de los solitarios»

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.

Un 20% de europeos viven solos
¿Es mejor vivir solo que mal acompañado? En los países de la Unión Europea parece que muchos lo creen así: una media del 20% de la población comunitaria vive sola. Dejando aparte a quienes hayan enviudado, ¿a qué se debe el aumento de personas que optan por vivir de manera solitaria? ¿Responde a una moda o es más bien una tendencia social con causas profundas?

Una media del 26,1% de los hogares de la Unión Europea son unipersonales. Según las estadísticas de 1990, destacan muy por encima de la media Dinamarca (57,6%) y Alemania (38,4%: datos de 1989). Ocupan una zona intermedia Francia, Reino Unido, Bélgica, Luxemburgo, Italia e Irlanda. En la banda inferior se sitúan Grecia (18,4%), Portugal (13,7%) y España (11%; 13,4% en 1991).

Alemania es un país paradigmático en cuanto al número de solitarios. La socióloga Annette Remberg ha declarado de modo taxativo: «La mujer ha perdido interés por casarse». Según la psicóloga austriaca Eva Jaeggi, profesora de la Universidad de Berlín y autora del libro Vivir a solas, una opción moderna (Herder), en Alemania a principios de los años 50, el 18,5% de la población correspondía a personas solas; en 1985 el índice superaba ya el 33%. Entre los mayores de 50 años, hay más mujeres solas (muchas viudas) que hombres, y el número de varones menores de 50 años supera en un 2% al de mujeres del mismo segmento de edad.

En España, desde 1970 este tipo de hogares se ha multiplicado por 2,4. A pesar del fuerte aumento, España sigue estando muy por debajo de la media comunitaria.

En España los hogares unipersonales son más frecuentes en las áreas rurales, por efecto de la emigración de los jóvenes, y en los grandes núcleos metropolitanos, por la centrifugación de la población hacia la periferia. Y menos frecuentes en las poblaciones intermedias y en la periferia de las zonas metropolitanas.

La distribución de estos hogares varía de unas regiones a otras. En el área castellano-aragonesa son muy frecuentes los hogares unipersonales, consecuencia de la emigración de la población joven. También en Baleares, pero esta vez por la inmigración de personas de edad avanzada tanto españolas como extranjeras.

«Derecho a la soledad»

Pero… ¿quiénes son estos solitarios? ¿A quiénes nos referimos al hablar de gente sola? Eva Jaeggi define al solo como la persona que organiza individualmente su vida cotidiana, sin una pareja estable. Algunos no llegarán a casarse nunca; otros preferirían no haberlo hecho porque viven solos después de una separación o un divorcio más o menos traumáticos; hay quienes se han «casado» con su profesión… y muchos reivindican el derecho a la soledad.

Como en otros países, en España las proporciones de solitarios crecen según avanza la edad. El 1% de los hogares unipersonales están habitados por jóvenes de 16 a 24 años; el 2,5%, por personas de 25 a 29 años; el 6,9% de los que viven solos tienen entre los 30 y los 39; el 6,1% tienen entre 40 y 49; el 10% tienen de 50 a 59 años; el 10,7%, de 60 a 64; el 14,9%, de 65 a 69; el 31,8%, de 70 a 79; y, por último, el 16,1% de los hogares unipersonales está habitado por ancianos de 80 años o más.

Por sexos, las diferencias son muy notables: hay un millón de mujeres viviendo solas y sólo medio millón de varones. Por eso, los residentes de hogares unipersonales son en su mayor parte mujeres de edades avanzadas, debido a la prolongación de la vida y a la mayor longevidad de las mujeres. Representan el 52% de los hogares unipersonales.

En cambio, en la distribución según el estado civil, las proporciones son muy similares entre varones y mujeres. Cabe, no obstante, hacer dos puntualizaciones. En primer lugar, entre la población viuda las proporciones difieren muy poco entre varones y mujeres; sin embargo, la diferencia es muy fuerte en términos absolutos, porque las mujeres viudas quintuplican a los hombres. Y en segundo lugar, entre las personas separadas o divorciadas, la proporción de los que viven en hogares unipersonales es mucho más alta (tres veces más) entre los varones que entre las mujeres, aunque el mayor número de mujeres que permanece en ese estado compensa los números absolutos.

Las personas mayores que viven solas merecen un capítulo aparte. Como se ha visto, más de la mitad de los hogares unipersonales están constituidos por personas mayores de 65 años. Son estos los más insatisfechos con su situación, los que más soledad sienten: concretamente, 6 de cada 10 declaran echar en falta compañía. Sin embargo, prefieren pagar el precio de la soledad antes que llevar una vida conflictiva con los familiares o las residencias de ancianos. Y es que tienen muchas razones en contra de las residencias.

Según una encuesta realizada por CIRES en España (1992), el 47% de los mayores de 65 años dicen que no les gustan. De hecho, sólo el 5% de los mayores de 65 acaba en un asilo.

La vida del solitario

¿Cómo es la vida de los solitarios? Para Jaeggi, vivir solo no equivale a ser solitario, porque existen muchas personas solas dotadas de una gran riqueza interior, que les impide aislarse; aunque también es frecuente que tengan una crisis al comprobar que son sustituibles. El eje central del que vive solo es su trabajo, por el que muchas veces han sacrificado su vida de relación. La existencia de algunos solos quizá posea una apariencia de eficacia y buen gusto, como la pinta Jaeggi; pero seguramente el egoísmo también hace acto de presencia, aunque no en todos los casos.

Según los datos de CIRES, los principales motivos por los que se vive solo son: «independencia», «me valgo por mí mismo», «no tengo a nadie», «me gusta», «tengo medios suficientes». Todo es signo de independencia, de adultez. Pero si existen solitarios voluntarios (ejecutivo «casado» con su profesión), también los hay forzosos (soltera huérfana que ha dedicado parte de su vida a cuidar de sus padres enfermos). Según afronten el futuro, la gente sola puede adoptar diversas actitudes: la del cauto separado o divorciado, el soltero esperanzado todavía joven o el que no tiene pareja estable y vive feliz. Respecto a los solitarios voluntarios, y para el caso español, hay que observar que si bien la emancipación de los hijos sin pasar inmediatamente al matrimonio es cada vez más frecuente, incide poco en el número de hogares unipersonales.

Opiniones

¿Qué opinión tienen los «acompañados» sobre los solitarios?, es decir, ¿qué piensan los demás sobre esta minoría pujante, según las encuestas? Si se les pregunta a bocajarro, las respuestas suelen ser poco favorables: «Es gente egoísta y desdichada». También hay otras respuestas acusadoras: «Viven en casas demasiado grandes para una sola persona; además, gastan mucha energía». Otros se muestran más comprensivos: «Son individuos con una vida laboral muy exigente incompatible con una familia». Si la apreciación se refiere a mujeres, las opiniones son despiadadas: «La mitad son solteronas feas y las demás, super-ejecutivas que ‘pasan’ de comprometerse con un hombre». También hay matices feministas: «Las mujeres solas son pioneras de la liberación femenina en los 90». Otros, como la propia Eva Jaeggi, dicen que la vida en soledad es una oportunidad para madurar.

Sin embargo, según el columnista de el diario El Mundo Raúl Heras, «la soledad es mala y la vida en solitario es un signo de crisis, una crisis en la que el varón tiene las de perder, porque ordinariamente los hombres no pueden prescindir de las mujeres en la vida cotidiana, y ellas sí». De hecho, hay muchos detalles significativos que lo avalan: muchos varones no saben hacer una maleta, dependen de su mujer en cuanto a la ropa y cómo combinarla y, desde luego, son muy malos enfermos.

Solidaridad a distancia

Si la vida solitaria implica una crisis social, cabe plantearse qué elementos de la organización colectiva propician esa evolución. Según Eva Jaeggi, los solitarios viven en sociedades ricas, en viviendas confortables dotadas de un buen número de electrodomésticos; muchos de sus inquilinos viven solos, dedicados a su profesión, bien remunerada; entre las mujeres solas suele darse la independencia económica; algunos se han aislado huyendo de la sociedad masificada que les rodea. Los solitarios pertenecen a una sociedad narcisista, viven de acuerdo con sus propios deseos y rechazan las exigencias de una existencia doméstica compartida. Esto no significa que carezcan de vida sentimental intensa, aunque sin vínculos estables.

Quizá las dos causas que más han influido en esta crisis se refieran al matrimonio y a la mujer. Puede decirse que en muchos ambientes no se «cree en el matrimonio»; el frívolo concepto que de él tienen las revistas del corazón está ganando terreno. Se «aguanta» poco al otro cónyuge. Por lo visto, ahora que tanto se habla de solidaridad con los necesitados, parece más asequible ser voluntario en una ONG que colaborar en casa o aguantar un mal día del propio cónyuge.

Por lo que se refiere a las mujeres, es necesario reconocer que la sociedad no ha valorado con justicia a quienes se dedican a ser madres y amas de casa: quizá este menosprecio ha disminuido la autoestima de muchas mujeres y ha sido una señal de alarma para sus hijas, que no pueden ni quieren dedicarse exclusivamente a «sus labores». De hecho, hacen compatibles ambas tareas. Según la fundación Whirlpool, en España, el 55% de las mujeres que trabajan también fuera del hogar aportan al menos el 50% del presupuesto familiar. Es un dato que avala el influjo de la independencia económica femenina en la sociedad y en sus transformaciones, tanto positivas como negativas.

Adicción al trabajo, tendencia al egoísmo, ruptura de matrimonios, independencia económica de las mujeres pueden influir decisivamente en el aumento del «club de los solitarios». Para algunos, pertenecer a este selecto club es lo mejor para ellos mismos y para los demás, pero no para la mayoría, que prefiere la solidaridad a la soledad. Quizá más de un solitario abandone el club si cura sus heridas con la solidaridad de los demás.

Beatriz Comella

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.