Suicidio en el país de más alta esperanza de vida

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¿Qué lleva a un creciente número de japoneses a suicidarse?
Ashiya. La sociedad japonesa tiene la esperanza de vida más alta del mundo: 77,6 años para los hombres y 84,6 para las mujeres. Y aunque una elevada longevidad es normalmente indicio de buena salud pública y prosperidad en general, el aumento de personas que cometen jisatsu (suicidio en japonés) en los últimos años preocupa a las autoridades. El aumento se está dando sobre todo en hombres de mediana edad, con problemas laborales en una economía en mal estado.

Los índices de suicidio, siempre relativamente altos en Japón, han subido a niveles alarmantes desde 1998. En 2001 un total de 31.042 japoneses se quitaron la vida, lo que equivale a más de tres veces el número de muertes por accidentes de tráfico. Y las cifras siguen por encima de los 30.000, lo que representa alrededor de 25,2 casos por cada 100.000 habitantes.

Según cifras calculadas tomando como base las notas o cartas halladas en el lugar del suicidio, las causas se deben a problemas de salud (41,1%), problemas económicos y condiciones de vida (31,5%), problemas familiares (9,4%), problemas de trabajo (6,6%), problemas de estudios (0,8%) y otros (11,6%).

La influencia de la inseguridad en el trabajo

Una causa importante, aunque no la principal, parece ser la recesión económica y la falta de seguridad futura. De acuerdo con estadísticas recientes, los hombres representan el 71,3% de los casos de suicidio, y las personas de más de 50 años constituyen la mayoría, con el 60,5% del total.

Los expertos opinan que el aumento de los índices de suicidio está relacionado con la reestructuración empresarial y los drásticos cambios experimentados durante los últimos años en la cultura de los negocios, en medio de una feroz competencia internacional.

Las medidas de racionalización en las empresas, que incluyen el cálculo del sueldo de acuerdo con la calidad del trabajo y la nueva flexibilidad laboral, están erosionando la seguridad de los asalariados, tanto en lo referente a los ingresos como al mantenimiento del empleo. Todo esto conduce a extraordinarios niveles de estrés por exceso de trabajo. Algo parecido ocurre con los dueños de pequeños negocios o personas que trabajan por cuenta propia, que a duras penas se ganan la vida y ven que los bancos son cada vez más reacios a conceder nuevos préstamos.

Yukio Nishimura, director de Suicide Prevention Center-Tokyo, dice que reciben más de 10.000 llamadas al año; cerca de la mitad son empleados y hombres de negocios que sufren de exceso de trabajo en sus empresas.

Sin trabajo, pérdida del sentido

«Los suicidios inducidos por exceso de trabajo se estiman hoy en día en cerca de 5.000 al año, debido a la racionalización masiva en muchas empresas», dice Hiroshi Kawahito, un abogado que es secretario del National Defence Council for Victims of Karoshi. Este es un grupo de médicos y abogados formado en 1988 para asesorar a las familias de víctimas de muerte por exceso de trabajo, fenómeno denominado karoshi en japonés (cfr. servicio 50/00).

Durante el período de prosperidad (mediados de la década de los 80 hasta principios de los años 90) o de «burbuja económica», como se suele llamar, el gobierno y los círculos empresariales se esforzaron en reducir la tradicional costumbre de largos horarios de trabajo. Pero cuando la economía empezó a decaer, esas iniciativas fueron reemplazadas por la tendencia de alentar a los empleados a que demostraran su capacidad de trabajar duro. De hecho, las horas extras están creciendo últimamente en muchas empresas.

«Entonces y ahora -comenta Nishimura- el número de horas extra es probablemente el mismo, pero para los empleados el cambio es muy significativo en cuanto a las condiciones y presión que encuentran en el trabajo. Antes sabían que esas largas horas traerían su fruto en ascensos, primas o aumento de sueldo, etc., pero hoy en día simplemente trabajan para evitar el despido». Como consecuencia, los que dicen que quieren morir no son sólo los que han perdido el trabajo, sino también los que temen perderlo. En Japón, sobre todo para personas de cierta edad, perder el trabajo es perder el sentido de la vida.

Las causas son múltiples

Los hombres de mediana edad crecieron en la sociedad de postguerra, que hacía énfasis en la importancia del trabajo duro y en el sacrificio por el bien del grupo (léase empresa en este caso). Se suponía que el trabajo duro y sacrificado traía la felicidad. Y esa actitud permitió a la economía desarrollarse y prosperar. Esta creencia fue universal durante más de cuarenta años, en los que, no cabe duda, la sociedad se benefició mucho desde el punto de vista económico.

Pero durante todo ese tiempo, les fue prácticamente imposible a los salariman japoneses fomentar otra identidad aparte de la corporativa. Así que una vez roto el eslabón que les unía al grupo -al perder su trabajo por despido o jubilación prematura-, son totalmente vulnerables a los distintos avatares de la vida.

El aumento de suicidios en los últimos años se da sobre todo entre hombres de mediana edad (desde los 40 y algo hasta mediados los 50 años) y normalmente los medios de comunicación señalan como causa principal el mal estado de la economía. Muchos expertos, sin embargo, advierten que es necesario tener en cuenta también factores como enfermedad, soledad (por soltería, viudez, divorcio, etc.) y el impacto que produce la inseguridad ante el cambio social.

El profesor Yoshimoto Takahashi, del Tokyo Institute of Psychiatry, concuerda en que la ecuación «edad madura-recesión económica-suicidio» es una simplificación exagerada. «Las causas del suicidio suelen ser múltiples. Otros factores como depresión, tentativas anteriores y estrés, forman también parte de esas causas. La generación de edad madura nació justo después de la segunda guerra mundial, un tiempo de grandes cambios sociales y fuerte competitividad en el trabajo. Ahora tienen que afrontar de nuevo cambios tumultuosos, tanto en la empresa como en la sociedad. Por otra parte la visión común en Japón es que el suicidio es una forma de muerte que no se puede remediar. Si alguien quiere suicidarse, ¿cómo se puede evitar?», afirma Takahashi.

No quieren pedir ayuda

La ansiedad por la reestructuración en las empresas, el aumento de horas extra no remuneradas, el repetido cambio estructural que produce tirantez en las relaciones personales y los cambios ambientales en el trabajo llevan al estrés. «Y los que no tienen suficiente habilidad para recuperar el equilibrio interno acaban en un estado depresivo». Así explica la doctora Kyoko Ono, de Tokyo Psychiatric Academy, el proceso por el que muchos de sus clientes llegan a un estado de depresión que les lleva a pensar en el suicidio.

«Por otra parte -añade- está el rechazo de muchas personas mayores al tratamiento psiquiátrico. Las mujeres y la gente joven ofrecen menos resistencia al tratamiento psiquiátrico, pero entre los hombres de edad media existe un fuerte estigma relacionado con esta práctica. Cuando sufren un quebranto serio en su vida, les da vergüenza hablar con alguien del asunto, ni siquiera con los familiares. Y les resulta especialmente difícil contar sus problemas a un extraño».

Esa «vergüenza» de hablar de los problemas personales -incluso con los parientes más cercanos: para no causar molestias- tiene también graves consecuencias en el caso de personas de avanzada edad, especialmente en zonas rurales. En 2000, la tasa nacional de suicidio de mayores de 90 años fue de 47,6 por cada 100.000 habitantes.

Cuando la salud se resiente, sobre todo en la vejez, falla también el sentido de la vida. En estas circunstancias bastantes personas de edad avanzada, sin soporte moral serio, piensan que el solo hecho de existir causa molestias a sus familiares. Esta manera de pensar en zonas rurales tiene sus raíces -dicen los expertos- en las costumbres de tiempos antiguos, cuando el país era extremadamente pobre y un buen número de familias de agricultores estaban al borde de morir de hambre. Hubo casos en que los viejos fueron abandonados en los montes, para reducir el número de bocas.

Pero en la era de Internet y de la comunicación, algunos jóvenes japoneses no tienen ningún empacho en hablar de sus problemas abiertamente.

Estigma y sentimiento de culpabilidad

En el Japón moderno el suicidio está considerado como una lacra, que conlleva un fuerte estigma para la familia. Sin embargo, la larga historia de mirar la propia destrucción como un sacrificio honorable, para asumir la responsabilidad por los fracasos o fallos cometidos -e incluso también, en ocasiones, para «limpiar» el propio nombre de posibles acusaciones-, hace que la elección de la muerte como último recurso ante una situación inaceptable continúe subyacente en la mentalidad japonesa. Y así se mantiene la tradición de aceptar calladamente el suicidio.

Con el rápido aumento de casos de suicidio, cerca de 12.000 niños quedan huérfanos cada año. De acuerdo con Ashinaga -una organización sin fines de lucro con sede en Tokio, que proporciona ayuda económica y apoyo moral a niños cuyos padres (el padre, la madre o los dos) han muerto-, el número de jóvenes de menos de 20 años que han quedado huérfanos en los últimos años a causa del suicidio, se estima en unos 120.000 en Japón.

La muerte repentina de una persona querida siempre supone un fuerte trauma. Pero el suicidio, con el estigma social que lo acompaña, deja a muchos de esos jóvenes con un sentimiento de vergüenza y culpabilidad. Por otra parte a muchos de ellos se les aconseja no hablar -o mentir- acerca de la muerte de sus padres, por miedo a que la familia experimente el vacío por parte de la sociedad. Como explica Koji Ogawa, uno de los portavoces de Ashinaga; «estos sentimientos de culpabilidad y el miedo al ostracismo son comunes entre los jóvenes que han perdido a sus padres por suicidio».

Campañas preventivas

Al gobierno de Japón le ha tomado por sorpresa el rápido incremento de los suicidios y está procurando poner remedio. De momento, el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar ha presupuestado 350 millones de yenes para llevar a cabo una campaña que ayude a encontrar medidas para la prevención del suicidio, y el año pasado publicó un manual sobre el tema. En bastantes empresas se está prestando mayor atención a los empleados que dan muestras de inestabilidad mental y se procura ayudarles.

Es verdad que en la sociedad japonesa existe una tradición antigua de suicidio y que, por mentalidad y falta de principios religiosos que haga ver el suicidio como un acto intrínsicamente malo, el consenso general es que se trata de un acto libre de sacrificio extremo, que alguien se impone a sí mismo, para asumir una responsabilidad que no podría satisfacerse de otra forma. Este modo de pensar hace que el suicidio se considere como el cumplimiento de una obligación, más que como un pecado.

De todos modos y a pesar de las cifras de los últimos años, es exagerado pensar que Japón es el caso extremo del suicidio. En realidad, según estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, de 1999, Japón ocupa el número 17 entre las naciones con mayor frecuencia de suicidios, precedido por otros países desarrollados como Finlandia, Suiza, Francia, Bélgica, Dinamarca, si bien son Rusia y países del ex bloque soviético los más proclives al suicidio. China, con cerca de trescientos mil suicidios al año y más de un millón de intentos, ocupa el número uno en cifras totales.

El coste del suicidio

En junio pasado el semanario Josei Jishin publicó una entrevista con Karin Amiyama, autora de un reciente best-seller titulado Jisatsu no Kosto (El coste del suicidio). Amiyama, que admite haber tratado de suicidarse varias veces cortándose las venas de la muñeca, hace notar que aunque la decisión de suicidarse parezca algo personal, afecta a mucha gente. Para la familia, aparte del sufrimiento que produce la pérdida de un ser querido, significa a menudo contraer una deuda enorme, al tratar de compensar a los afectados por el suicidio.

En primer lugar, está el costo de la autopsia, prescrita por ley en todos los casos de muerte no natural. El gobierno ha fijado los honorarios de autopsia alrededor de los 100.000 yenes (782 euros), pero el precio varía en las distintas prefecturas (en Tokio es gratis, pero en Saitama cuesta 126.000 yenes y en Ibaraki 200.000).

Cerca de la mitad de los suicidios ocurren en casa. Si el cadáver no se descubre pronto, los costes se acumulan:

— si la casa es alquilada se requiere una limpieza general muy esmerada, lo que suele costar alrededor de un millón de yenes (7.800 euros);

— si se trata de un apartamento, el valor de alquiler disminuye inmediatamente y los propietarios exigen a la familia del difunto que siga pagando la mitad de la renta durante varios meses;

— si el apartamento era en propiedad se dificulta considerablemente la reventa, ya que, por ley, los propietarios deben informar de esas circunstancias a los posibles compradores.

A las familias de personas que cometen suicidio en la habitación de un hotel, se les puede exigir que paguen por la redecoración, lo que puede costar varios millones, aunque bastantes hoteles se conforman con una cantidad más módica como «honorarios por las molestias causadas».

Aunque el método más común de suicidio en Japón es ahorcarse, también es muy frecuente arrojarse al tren. En este caso el suicidio de un pariente puede perfectamente arruinar completamente a la familia. La cantidad de la indemnización depende mucho del tiempo durante el que los trenes deban estar parados a causa del accidente. Si es en hora punta, causando molestias a muchos millares de personas, la multa puede llegar a ser de más de cien millones de yenes como, en efecto, ha ocurrido en algún caso.

Cuando se causan perjuicios materiales -como una explosión de gas, por ejemplo- y es necesario reconstruir un apartamento o casa, las indemnizaciones que tienen que pagar los familiares ascienden también a varios millones.

Incluso morir ahogado en el mar o congelado en la cima de un monte, puede resultar caro: el costo de un helicóptero en una misión de búsqueda oscila entre medio millón y un millón de yenes por hora.

Desde tiempos de los samurai

Desde tiempos antiguos el suicidio ha sido un asunto de gran relevancia en la mente de los japoneses.

En su forma tradicional de seppuku siempre fue una parte muy esencial del culto de autodisciplina y lealtad. Los guerreros de tiempos feudales, conocidos con el término genérico de samurai (vasallo o servidor: el que sirve a un amo o señor feudal) ponían un gran énfasis en las virtudes militares de valentía, honor, autodisciplina y aceptación estoica de la muerte. Al carecer de mandamientos religiosos que prohibieran el suicidio, comúnmente se quitaban la vida al ser derrotados (como ha ocurrido repetidamente en la historia guerrera también en otros países) antes de aceptar la humillación que eso suponía, o ante la posibilidad (bastante común) de sufrir tortura en cautiverio.

El horripilante y extremadamente doloroso método de abrirse el abdomen de un tajo con una espada -llamado vulgarmente harakiri (literalmente: cortarse la barriga), pero más propiamente conocido como seppuku-, era una forma honorable de suicidio y parte importante del culto de autodisciplina. El seppuku sigue siendo un tema favorito en dramas y películas, pero prácticamente ha desaparecido en la vida real.

El relato más famoso, que se pone en escena prácticamente todos los años en teatro, kabuki, cine o televisión, es la historia de los «Cuarenta y siete ronin». En este hecho histórico, que ocurrió entre 1701 y 1703 -y que se convirtió inmediatamente en tema favorito de la literatura japonesa-, un grupo de samurai rompió su obligación ante el régimen de Tokugama de mantener la paz, para poder cumplir la otra obligación más perentoria de vengar a su señor feudal. Su amo había sido insultado por otro cortesano y, en un momento de ira, desenvainó su espada dentro del castillo de Edo -cosa absolutamente prohibida por las leyes y costumbres de la corte-. Como castigo fue forzado a cometer suicidio. Los 47 samurai, hechos ronin (o samurai desempleados) por la muerte de su amo, cumplieron con la obligación de lealtad a su señor llevando a su tumba la cabeza de su enemigo. Después desagraviaron al régimen de Tokugawa, cometiendo seppuku en masa ante el palacio de Edo, el 14 de diciembre de 1703.

No obstante, cuando en 1970 el famoso novelista Yukio Mishima cometió seppuku después de una arenga a las fuerzas de defensa nacional con el fallido intento de sublevarlas para reinstaurar el honor patriótico, su gesto fue considerado más bien como un acto teatral y meramente espectacular, que dejó indiferente a la mayoría del pueblo.

Sin embargo, el suicidio por otros métodos más prosaicos, sigue considerándose una opción aceptable y básicamente honorable de escapar de una situación insufrible.

Antonio Mélich

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