El síndrome del impostor: ¿un nuevo fenómeno cultural?

publicado
DURACIÓN LECTURA: 10min.

Foto: Monster Ztudio / Shutterstock

Del bien llamado fenómeno del impostor se ha dicho mucho y variado, desde que afecta principalmente a mujeres ejecutivas a que es una forma de encubrir el racismo estructural en los puestos de trabajo. Igualmente, preguntar a jóvenes profesionales sobre este fenómeno despierta en su mayoría asentimientos efusivos y sonrisas de reconocimiento. ¿Es el “síndrome” del impostor un nuevo pin generacional o hay algo más detrás?

Cuidado. Agacha la cabeza. Trabaja, esfuérzate, pero no llames la atención, no vaya a ser que te descubran. ¿Qué haces aquí? Tú no vales para esto, hay otras personas que podrían hacerlo mucho mejor que tú. Disfrútalo mientras puedas, “la brigada antifraude” –Neil Gaiman dixit– va a venir a por ti.

Seguramente más de uno que lea estas reflexiones sentirá que le han leído la mente, que han descubierto las palabras exactas que le susurra secretamente el demoniete afincado sobre su hombro. Palabras que, en los mejores días, ignora, y en los peores, obedece para evitar la inevitable catástrofe. Ocho de cada diez personas se ven enfrentadas en algún momento de sus vidas y de sus carreras profesionales a estos pensamientos. A este fenómeno –llamado en la actualidad también síndrome– del impostor.

De la mujer exitosa a casi todo el mundo

En 1978, las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne Imes publicaron el estudio The Imposter Phenomenon in High Achieving Women: Dynamics and Therapeutic Intervention. En él, desarrollaron un concepto que acuñaron como “fenómeno de la impostora”: tener dudas desmesuradas sobre las propias aptitudes intelectuales y el profundo convencimiento de ser un fraude en el puesto de trabajo. Además, observaron que afectaba principalmente a mujeres profesionales en puestos de responsabilidad. Es decir, que “a pesar de sus destacados logros académicos y profesionales, las mujeres que experimentan el fenómeno de la impostora persisten en creer que en realidad no son brillantes y han engañado a cualquiera que piense lo contrario”.

El síndrome del impostor no ha sido reconocido como una patología por las autoridades sanitarias

Sin embargo, son numerosos los estudios que han demostrado desde la publicación de Clance e Imes –algunos coescritos por la propia Clance–, que este fenómeno no discrimina. Afecta a ambos sexos y se ve reflejado en una amplia gama de personas, de distinta proveniencia cultural, estatus socioeconómico y ocupación, desde estudiantes de universidad a médicos, marketing managers, docentes o ganadores de Oscars.

La nueva pertenencia grupal

Con todo, resulta llamativo que, aun habiendo sido acuñado por primera vez a finales de los setenta, haya sido en la última década cuando este concepto ha vivido su momento de mayor popularidad y esplendor. Solo hace falta darse una vuelta por la sección de autoayuda de las librerías o hacer una breve búsqueda en internet con la consiguiente aparición de multitud de charlas o consejos y terapias, para ver que se ha generado un microclima a su alrededor. Incluso se podría llegar a afirmar que este término forma ya parte de la cultura popular de los jóvenes profesionales: su simple mención genera un pronunciado sentimiento de identificación, de pertenencia grupal; y la frase “tú lo que tienes es síndrome del impostor” es ya más que habitual en la jerga cotidiana.

Entonces, ¿a qué se debe que este “síndrome” se haya extendido como la pólvora en los últimos años, convirtiéndose prácticamente en un fenómeno cultural, reflejado en una amplia gama de memes, millones de visualizaciones en TikTok e Instagram o incluso tazas y camisetas con mensajes autodespreciativos? ¿Por qué se ha dado y extendido de una forma más pronunciada –y generalizada– en los últimos diez años?

Una posible explicación podría ser la actual tendencia a psicopatologizar la vida cotidiana. Otra, las redes sociales.

Hermana, estás fatal

El síndrome del impostor no existe. O, al menos, no existe como tal. No se ajusta a los criterios clínicos de un síndrome psicológico y, por lo tanto, no ha sido reconocido como una patología por las autoridades sanitarias. Sin embargo, aun cuando en sus inicios se denominó fenómeno, se le ha adscrito de forma habitual esta nomenclatura, convirtiéndolo en algo que tienes o que padeces. Como si se tratase de una condición diagnosticable y tratable, como una enfermedad mental. Por ello, no es de extrañar que algunos de los artículos que surgen en la búsqueda en internet vayan encabezados por titulares como “Autodiagnostícate el síndrome del impostor” o “Causas y tratamientos del síndrome del impostor”. Sin embargo, la propia Clance afirmó que “si pudiera hacerlo todo de nuevo, lo llamaría la ‘experiencia del impostor’, porque no es un síndrome o una enfermedad mental. Es algo que casi todos experimentan”.

El síndrome del impostor es la antigua coletilla de “no tengo autoestima” – Isabel Rojas Estapé, psicóloga

Isabel Rojas Estapé, psicóloga en el Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas, tampoco lo tiene claro: según comenta a Aceprensa, el síndrome del impostor es la antigua coletilla de no tengo autoestima. “Estamos en un punto en el que se ha psicologizado toda la sociedad, en el que se le busca un significado neurocientífico o neuropsiquiátrico a absolutamente todo”. Y esto ha llevado también a patologizar reacciones normales ante situaciones que no se ajustan a nuestras expectativas, como la frustración o la ansiedad, interpretándolas como síntomas de un trastorno y necesitadas de intervención médica.

Sin embargo, cierto grado de dificultad o sufrimiento cotidiano es inevitable y estas emociones negativas son una respuesta natural –incluso sana– al hecho de vivir. “Ahora las personas, sobre todo los más jóvenes, son cada vez menos resilientes psicológicamente”, nos confirma Rojas. Y eso ha llevado a elevar como una dolencia psíquica una inseguridad común, habitual en el inicio de la vida laboral y frecuente al experimentar cierto éxito profesional.

Sin embargo, es también innegable que estamos en una epidemia de baja autoestima que lleva a una extensa y frecuente autopercepción fraudulenta. Por ello, cabría preguntarse, ¿qué otro factor ha provocado esta caída en picado que lleva a dudar profundamente de las propias capacidades intelectuales?

En un mundo de exposición y selfies

Una breve búsqueda en Google Trends confirma lo que ya se esperaba: el fenómeno del impostor –o, al menos, su interés– no se limita a una zona geográfica: tanto en EE.UU., como en España o en Argentina, se ha registrado una tendencia al alza en el número de búsquedas en internet. En EE.UU., país que vio nacer el término a finales de los setenta, el interés por el síndrome del impostor empezó a crecer de forma notable en torno a 2015. Ese es también el año en el que Instagram registró el mayor crecimiento porcentual de su historia: de 2014 a 2015 el número de usuarios aumentó en un 85%.

La correlación entre ambos fenómenos podría ser pura casualidad, pero según nos comenta Rojas, las redes sociales han tenido mucho que ver en el crecimiento de este fenómeno. “Ahora mismo, hay una falta de autoestima brutal, sobre todo por el uso de las pantallas y las redes sociales. Por compararme, por estar constantemente mirando y teniendo inputs de personas a mi alrededor que son más listas, más guapas, mejores profesionales. La realidad es obviamente otra, pero de cara para afuera, hay ese showoff constante, y eso crea mucha inseguridad”.

En un reciente artículo publicado en The Free Press sobre la salud mental de los jóvenes, Jonathan Haidt exponía una tesis llamativa: las redes sociales han fomentado el autodesprecio entre sus usuarios. Los ejemplos de frases que se repetían los encuestados eran: siento que no tengo mucho de qué enorgullecerme; a veces pienso que no soy bueno en absoluto; siento que no puedo hacer las cosas bien. Empiezan a sonar familiares…

Como fuente de la que bebe el síndrome del impostor, este autodesprecio nutre la baja autoestima, distorsionando cómo nos percibimos y cómo consideramos que nos perciben los demás. Por ejemplo, como un fraude.

Causa y altavoz

Las redes sociales son uno de los principales epicentros en los que se fomenta y recompensa –mediante likes y compartidos– expresarse abiertamente sobre la salud mental. Por supuesto, el síndrome del impostor no podía faltar. En Instagram, el hashtag #impostersyndrome aparece en 316.429 publicaciones y en TikTok cuenta con más de 240 millones de visualizaciones. También LinkedIn añade su tanto en contenido, con extensos textos de managers que consideran oportuno sincerarse sobre sus pensamientos íntimos.

Este síndrome se asemeja cada vez más a un club de estrellas de acceso exclusivo que a una patología mental

Sin embargo, el estar constantemente expuesto a un síndrome –que no existe– y a las inseguridades que se arremolinan a su alrededor puede llevar a interiorizarlo como propio, porque ¿quién no se siente interpelado por la experiencia de estar sobrepasado y fuera de lugar en su puesto de trabajo? Pero de ahí a convertirlo en una afección que se asemeja más a un club de estrellas de acceso exclusivo que a una patología mental, hay un paso.

Es decir, puede que el diagnóstico se haya convertido en “una fuerza cultural que fortalece el mismo fenómeno que se suponía que debía curar”, como escribe Leslie Jamieson en The New Yorker. Podríamos decir que las redes sociales, por una parte, como alimento y por otra, como altavoz, han extendido, hecho crecer e incluso dado cierto toque de exclusividad a eso que hoy en día conocemos como síndrome del impostor. Porque si hasta Michelle Obama dice que lo tiene…

…Y Shakira lo confirma

Teniendo en cuenta la baja autoestima generalizada, Rojas recomienda trabajar la voz interior y cómo nos hablamos, y educar la mirada, “porque el síndrome del impostor es cómo te sientes, y para el 90% de las personas, su percepción no se ajusta a la realidad”. Pero, tal y como nos confirma, este fenómeno no es solo perjudicial.

“Tiene un punto negativo y es que te bloquea. Pero tiene uno positivo, y es que te hace no dormirte en los laureles. Te empuja a seguir haciéndolo bien, a esforzarte. Tienes a la persona que se bloquea en el momento y que dice ‘yo no puedo, yo no puedo, yo no soy tan bueno’, pero estos casos son los que menos se dan. Luego están todos aquellos que, aun teniendo el pensamiento, lo hacen. El hecho de seguir siempre es bueno. No te oxidas profesionalmente ni intelectualmente”, acaba Rojas. Como confesó Shakira en una reciente entrevista, esta inseguridad “me mantiene motivada, queriendo descubrir quién soy y lo que puedo dar”.

Otro ejemplo es Viola Davis, actriz, productora y miembro del exclusivo club de los EGOT (aquellos que han ganado un Emmy, un Grammy, un Oscar y un Tony), que dejó clara su opinión al respecto en una entrevista: cualquiera que aspire a ser grande tiene el síndrome del impostor. “No se trata de confianza. Se trata de sentir siempre que estás en proceso y que puedes ser mejor. Tienes que saber mantenerlo en su lugar, pero lo que hace a unos niveles saludables es mantenerte humilde y hacerte seguir trabajando”.

Volviendo a la pregunta inicial de si el síndrome del impostor es un nuevo fenómeno cultural, la respuesta es no y sí. No, porque la inseguridad que describe no es novedosa, sino más bien un sentimiento tan antiguo –y propio– como el ser humano mismo. Sin embargo, sí podría entenderse como un fenómeno cultural, porque si algo define a nuestro tiempo es el protagonismo de la salud mental y la presencia e influencia de las redes sociales en nuestras vidas.

Siendo sinceros, existe una buena probabilidad de que parte de las personas que nos rodean sean más inteligentes y sepan más sobre ciertos temas que nosotros. Y aunque LinkedIn nos recuerde todos los éxitos que han alcanzado nuestros compañeros de primaria antes de cumplir los 30, si nos servimos de los datos facilitados por las estadísticas, aquellos con los que nos estamos comparando, muy probablemente, estén teniendo los mismos pensamientos que nosotros.

Es decir, estamos en un mundo de impostores. O de humanos. Escoge la definición que prefieras.

Helena Farré Vallejo
@hfarrevallejo

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.