Después de una serie de productos de escasa calidad, Adam McKay sorprendió hace tres años escribiendo y dirigiendo La gran apuesta, una sarcástica reflexión sobre algunos personajes del negocio inmobiliario que sacaron un buen rendimiento a la crisis de 2008. La cinta se apoyaba en un tono documental, un montaje ágil, mucho recurso metacinematográfico y una –llamémosle peculiar– voz narrativa.

Son los mismos mimbres que McKay utiliza para este biopic de Dick Cheney, el poderoso vicepresidente de Estados Unidos en tiempos de George W. Bush y uno de los políticos norteamericanos más ferozmente criticados (probablemente con razón).

Antes de que alguien me lo eche en cara, empiezo por lo primero. Estamos ante un biopic tremendamente ideologizado, cosa que no se esconde nunca y que es –me parece– una de las bazas más inteligentes de la película (el no esconderlo). Si otros van a decir que me he escorado mucho hacia la izquierda y he metido un viaje –como poco– maniqueo a los republicanos, mejor afirmarlo yo mismo antes de terminar la película, parece decir McKay. Y expuesta su intención, pasa a demostrar su tesis, buscando evidentemente todo lo que le sirve para defenderla (que, perdón por la obviedad, es lo que hace cualquiera que hace una tesis).

¿Que se quedan cosas fuera? Claro ¿Que se insiste en otras? Por supuesto. ¿Que hay reflexiones cogidas por los pelos? Faltaría más. Pero las películas para adultos es lo que tienen: que el público sabe que las hadas no existen. El trabajo de separar la ficción de la realidad, el dato del recurso, la excepción de la regla, la información de la opinión, se le deja al espectador. Que para eso es mayorcito. En este sentido, El vicio del poder es una película que “apela” o debería apelar –porque siempre hay gente que se empeña en creer en las hadas– al contraste, a recurrir al experto, a escuchar a la otra parte, a matizar, a afear la exageración o el partidismo. Por ejemplo –y es solo eso, un ejemplo–, ilustra bastante lo que cuenta el que fue decano de la prestigiosa Facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia, Nicholas Lemann, en un artículo publicado recientemente en The New Yorker sobre la película: “Vice vs. the Real Dick Cheney”.

Dicho esto, la película funciona bien, gracias, en primer lugar, a un reparto sobresaliente, liderado por un Christian Bale sorprendentemente caracterizado, un Sam Rockwell que congenia con un personaje al que el guion maltrata sin piedad y una –como siempre convincente– Amy Adams. Es muy eficaz también cómo usa McKay todo tipo de recursos visuales y narrativos para hacer avanzar una historia muy larga en el tiempo: rótulos, pantallas partidas, títulos de crédito a mitad de película, un narrador que sale de no se sabe dónde, parlamentos de Shakespeare y mucha música, mucho ritmo y mucho color, aunque la radiografía del personaje y de la política americana y, por lo tanto, la propia película sean negras, negras, negras.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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