Curro (Leo Harlem) es un comercial que vende electrodomésticos, pero es sobre todo uno de esos hombres que forjan grandes sueños en su imaginación sin que la realidad consiga decepcionarle. Su falta de realismo le pasa factura donde más le duele: en su familia, pero como es hombre de recursos, pone en juego toda su imaginación para salir del bache.
El mejor verano de mi vida es una película que da lo que promete, ni más ni menos. Es una comedia familiar de verano que funciona bien y que entretendrá al público al que se dirige. Bebe de la españolada, ese grandísimo cine nuestro del que durante muchos años nos avergonzamos y que, sin embargo, contaba con unos guiones prodigiosos de Azcona, de Berlanga, de Masó, de Salvia… y con unos actores cómicos tan grandes como Rafaela Aparicio, Gracita Morales o Pepe Isbert. El mejor verano de mi vida tiene los mismos ingredientes de aquel cine.
En primer lugar, un buen guion, que incluye la crítica social del momento y se ríe de las modas veganas, de la educación teorizada, de la cocina de diseño, etc., sin renunciar a un planteamiento más profundo en torno a las políticas empresariales agresivas y situando a la familia como tabla de salvación en los naufragios.
Cuenta además con una gran definición de personajes, en la que Leo Harlem en el papel protagonista estructura al resto del reparto con el típico mecanismo de la comedia coral: repartir juego entre los secundarios, caracterizando a unos y a otros de forma que al final podamos reconocernos en el retrato de lo que somos como sociedad.
En ese reconocernos, en la identificación con unos personajes cercanos y próximos tan habituales a nosotros mismos como el vecino del quinto, es donde Dani de la Orden, el joven director de la película, se hace con el espectador, consiguiendo que El mejor verano de mi vida sea una comedia que funcione bastante bien.