El director de Un dios prohibido se acerca a una figura apasionante, un hombre que, como todos los hombre buenos con B grande, da vértigo, y a la vez no hace nada raro ni gasta las maneras de una estrella del rock. San Pedro Poveda (Linares, 1874-Madrid, 1936), fundador de la Institución Teresiana, quiso ser un sacerdote consecuente y eso le llevó a la muerte, diez días después del comienzo de la Guerra Civil.
Pablo Moreno y Pedro Delgado escriben la historia de Poveda con talento, conscientes del material que tienen entre manos. Y el retrato de la España en la que el odio generado por unos y por otros hace imposible que el blanco y el negro puedan convivir, es el retrato de las vidas segadas de un Federico y de un Pedro, de madera verde, que estaba dando al país la savia mejor, lo que más necesitaba: cultura, educación, libertad, convivencia, justicia.
Poveda supo admirar lo que de bueno hubo en la Institución Libre de Enseñanza, como Federico García Lorca apreció a amigos que no pensaban como él, cristianos como Luis Rosales, en cuya casa se refugió, antes de ser asesinado por unos fanáticos, igual de delirantes que los que mataron a Poveda.
El delito de Poveda, el de Federico, andaluces ambos, inconformistas, aventureros, innovadores… el delito de ambos fue soñar. La película, en la que Moreno mejora su puesta en escena y sabe sacar partido a su fragmentado guion, cuenta con fuerza y desenvoltura la historia de un sueño que se hace realidad.
Hay en Poveda la dificultad de presentar a una persona que muere con 65 años para contarnos su historia desde que tiene veinte. Algunos optan por dos actores. Aquí, por motivos evidentes de estructura dramática, no era posible. Y el maquillaje es mejorable, como en muchísimas películas incluso de gran presupuesto. En el casting hay de todo, pero, como le ocurrió en la película anterior, la realidad ayuda a Moreno y a su modelo de producción razonable, porque los personajes representan a personas que en buena medida fueron y son así.
La actualidad de Poveda radica en la naturalidad con que da a entender la tragedia del catolicismo español: unos (los creyentes) y otros (los que no lo eran) querían que la Iglesia fueran los curas y las monjas, y ya. A ambos les resultaba inconcebible que una mujer como Pepa Segovia (muy bien interpretada por Elena Furiase) pudiese, como maestra y educadora, hacer lo que considerase oportuno bajo su responsabilidad.