10 de mayo de 1996. Es el día señalado para que una expedición organizada por Adventure Consultants, una empresa neozelandesa de alpinismo, corone el Everest.
Lidera el grupo Rob Hall, dueño de la empresa desde su fundación en 1991 y excelente montañero de 35 años. Hall ha subido cuatro veces al Everest y llevado a 39 personas hasta la cima. Le acompañan dos guías, siete sherpas y ocho clientes, de los cuales tres tienen experiencia de ochomiles. Los cinco restantes son buenos escaladores, casi todos con experiencia en sietemiles. El precio es de 65.000 dólares por cabeza.
El director islandés Baltasar Kormákur (Contraband) se apoya en un guión escrito a cuatro manos por dos profesionales muy conocidos, Nicholson (Mandela, Gladiator) y Beaufoy (Slumdog Millionaire, 127 horas). Lo que cuenta es un hecho real. La película se ha rodado fundamentalmente en los Alpes italianos y se ha decidido usar el 3D, que –como suele suceder– no aporta demasiado.
La historia está bien contada porque los guionistas han procurado no “dramatizar” excesivamente los hechos. Ciertamente sobran, porque ni son creíbles ni ayudan al relato, algunos planos lacrimógenos del equipo del campamento base. Pero, con esa excepción, el relato es seco, impactante e inteligente, aunque solo toque de refilón el sufrimiento de las familias. Ayuda a entender que hay gente que hace estas expediciones “porque puede y porque quiere”. El resto es literatura.
La película es directa y áspera, no se suelta de la cuerda, porque de lo que se trata es de contar algo que ocurre en el lugar más alto del planeta, donde un cambio en el tiempo puede llevarse por delante a los cada vez más numerosos expedicionarios, que se congregan anualmente con la intención de llegar a la cima y volver a casa con vida.