Este primer largo como director del actor milanés afincado en Alemania Giulio Ricciarelli recrea los esfuerzos del joven e idealista fiscal Johann Radmann, en el Fráncfort de 1958, para juzgar a varios antiguos oficiales y soldados de las SS que estuvieron implicados en las atrocidades cometidas en Auschwitz durante la II Guerra Mundial.
Ricciarelli y su coguionista Elisabeth Bartel evitan los efectismos fáciles y dosifican sin prisas las diversas intrigas. Consolidan así los peliagudos dilemas morales de los personajes, sobre todo del joven fiscal protagonista, que desconocía –seguramente como muchos alemanes– la verdadera magnitud del Holocausto, así como la indignante pasividad de muchos gobernantes alemanes para perseguir a los artífices y ejecutores. Además, el guion nunca pierde un tono ponderado y sereno, aunque a veces ese equilibrio se apoya demasiado en la supuesta ingenuidad de Radmann. En cualquier caso, la interpretación de Alexander Fehling es notable –como las demás–, y la clásica puesta en escena de Ricciarelli capta la atención del espectador y se ve reforzada por una ambientación, una fotografía y una música esmeradas.