Un grupo de ladrones de tres al cuarto atracan una tienda de Compro Oro. El líder de la banda es un joven padre separado que quiere conseguir dinero para llevar a su hijo a Disneylandia. Después del robo emprenden una huida que les llevará a un misterioso y tenebroso pueblo vasco donde, según cuenta la leyenda, se siguen celebrando aquelarres.
Con su tradicional estética barroca y excesiva y su sentido del humor grotesco, zafio, escatológico, puntualmente irreverente (entre todos los disfraces posibles, De la Iglesia ha disfrazado a sus cacos de Jesucristo) y, a ratos, también descacharrante, el veterano cineasta entrega una película –como él mismo reconoce– de antropología desquiciada. Y no puede ser más certero el adjetivo. Es una cinta absolutamente misógina que, probablemente, si fuera de cualquier otro director, acabaría en la hoguera, como las brujas.
Por los comentarios de algunos protagonistas, parece que hay bastante de autobiográfico en esta historia que narra, en el fondo, las dificultades que entraña para los hombres sufrir un divorcio. La película es un durísimo ajuste de cuentas con las mujeres, esas brujas dispuestas a comerse vivos a los hombres, después de utilizarlos y reírse de ellos. Y si el cine de De la Iglesia es visceral, podría decirse que Las brujas de Zugarramurdi es puro estómago. Todo está contado desde la acumulación y el derroche. Todo se sobredimensiona: los efectos, los gags, los personajes, los ritos, las actuaciones… De la Iglesia monta un auténtico aquelarre que empieza muy bien, que tiene algunos momentos hilarantes –sobre todo los protagonizados por Mario Casas, eficacísimo, y Terele Pavez– pero que termina haciéndose largo, muy largo, con una secuencia que tendría que ser clímax y, que de puro barroquismo, se convierte en anticlímax.
Eso, por supuesto, desde una mirada “aséptica” y superficial y sin entrar a otras consideraciones que la de mirar la película como un mero divertimento bien rodado y bien interpretado. Si nos metemos a bucear en la antropología desquiciada o el discurso, la crítica sería otra, mucho más dura. La que haría a cualquier otro producto machista. Pero ahí no voy a entrar, que alguno dirá que no me gusta la película porque soy una bruja…