(Actualizado el 25-02-2013)
A punto de cumplir 30 años, Los miserables –el musical de Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg producido por Cameron Mackintosh– ha batido todos los récords imaginables, desde número de espectadores –más de 60 millones– a representaciones ininterrumpidas. Solo faltaba llevarlo al cine, y es lo que ha hecho Tom Hooper, el director de El discurso del rey.
Partiendo de una fidelidad absoluta al musical, Hooper ha añadido dos valiosos elementos: por una parte, el guión de un peso pesado en la construcción dramática, William Nicholson (Tierras de penumbra y Gladiator), y por otra, un magnífico reparto. El guión respeta la hondura dramática del texto de Victor Hugo –presente en el musical– y ha introducido pequeñísimos cambios en el orden de algunas canciones, con los que ayuda a entender mejor la historia y da dramatismo.
La segunda aportación de la película es un plantel de buenos actores que, además de cantar bastante bien, interpretan. De esta forma, lo que sobre el escenario es bello pero hierático aquí tiene más vida, y lo que se pierde de nivel vocal (los actores no son cantantes profesionales) se gana en registro interpretativo. El esfuerzo que pidió Hooper a los actores –que cantan en directo mientras lloran, luchan o suben una montaña– ha merecido la pena. Esta versión es menos acabada que el musical: hay temas que los actores cantan con más acierto que otros y pasajes más o menos conseguidos. Por ejemplo, mientras en la primera parte sobresale un Hugh Jackman mucho más solvente que Rusell Crowe, en la segunda Jackman pincha un poco y Crowe se recupera. Pero esto añade realismo y veracidad al drama. En este capítulo, de todas formas, la palma se la lleva Anne Hathaway: su interpretación, sencillamente desgarradora, ha merecido el Oscar a la mejor actriz de reparto.
La película no es perfecta y tiene sus peros. Tom Hooper, como demostró en The Damned United y El discurso del rey, es un director de actores y un maestro en el primer plano. Aquí borda las escenas intimistas, donde encuentra el tempo exacto; sale airoso en las batallas, donde apuesta por rodar cámara en mano y con planos cerrados. Pero se pierde en los planos abiertos y las grandes perspectivas. En estas escenas, Hooper hace muy patentes sus limitaciones, el cartón piedra y la falta de presupuesto.
Estos fallos pueden sacar a algunos de la película, que se les hará interminable, mientras que otro grupo de espectadores, enganchados al compás de esta bella y honda historia dramática, tan bien interpretada, pasarán por alto las imperfecciones técnicas y disfrutarán de cada uno de los 137 minutos.