Apadrinada por Lars Von Trier y su Zentropa Films -productora de sus cinco largometrajes-, la danesa Susanne Bier se ha convertido en una de las voces más poderosas y profundas del cine contemporáneo. Se dio a conocer con dos películas notables: Te quiero para siempre (2002) y Hermanos (2004), que ha sido objeto de un reciente remake, dirigido por Jim Sheridan. Se consolidó con dos verdaderas obras maestras: Después de la boda (2006) -candidata al Oscar 2006 al mejor filme en lengua no inglesa- y Cosas que perdimos en el fuego (2007), su primer trabajo en Estados Unidos, producido por Sam Mendes. En todas ellas, Bier afronta, con una fuerza y una hondura inusitadas, temas de gran calado, como la unidad familiar, el sentido del sufrimiento, el valor la caridad, el desafío de la libertad, la lucha de la razón para dominar los instintos, la ayuda de la providencia…
En un mundo mejor, Oscar 2011 al mejor filme en lengua no inglesa, profundiza en esos temas al tiempo que afronta específicamente las raíces de la violencia en el mundo actual y la creciente dificultad para hacer valer ante ella una cultura de la paz y la caridad.
Anton es médico, y divide su tiempo entre una idílica ciudad danesa y un mísero campo de refugiados en África. Anton y su esposa Marianne tienen dos hijos, llevan un tiempo separados y se están planteando el divorcio, aunque a ninguno de los dos le gusta la idea. El mayor de sus hijos, Elias, un bondadoso chaval de diez años, sufre el constante acoso de unos crueles compañeros de clase. Hasta que un día, un nuevo alumno, Christian, le defiende violentamente.
Como todas las películas de Bier, En un mundo mejor se mueve en todo momento en el filo de la navaja, arriesgándose a caer en la exageración melodramática o en el ridículo. Pero, a la postre, los dolorosos esfuerzos del agresivo niño Christian y del pacífico adulto Anton por controlar sus instintos más animales y salir de los infiernos de su propia fragilidad, llenan el metraje de una humanidad desbordante, conmovedora. Y también tocan fibra, aunque en menor medida, la perplejidad moral del padre de Christian, incapaz de comprenderlo y ayudarle, y de Marianne, cuyo amor propio se cruza inamovible en el camino de la reconciliación con su arrepentido marido. El oxígeno lo pone el inocente y desvalido Elias, cuya bondad acaba conquistando el corazón de todos los personajes.
Bier articula estas ideas de fondo a través de una densa puesta en escena, más bien hiperrealista, pero de impactante planificación y suavizada con un inteligente empleo simbólico de los diversos ambientes donde transcurre la acción: gélidos, los nórdicos; calurosísimos, los africanos. Y, en todo caso, su realización se pone al servicio de unos actores sensacionales -tanto los niños como los adultos-, que aportan a sus personajes una veracidad y una emotividad desgarradoras.