Cuando Ann, compositora y concertista de fama, descubre que su marido la engaña, decide no sólo romper con el infiel, sino con todo su pasado, desaparecer. Benoît Jacquot dedica toda su película a mostrar ese proceso: Ann destruye todo rastro de su existencia anterior y vaga por Europa hasta encontrar cuatro míseras paredes sin confort alguno, Villa Amalia, en una pequeña isla italiana. Allí se instala para contemplar la naturaleza y reinventarse, incluyendo un breve romance con una bella italiana.
Jacquot se inspira en la novela de Pascal Quignard (Todas las mañanas del mundo) y, con la ayuda de Isabelle Huppert, siempre genial, realiza una obra sencilla, preciosista y aburrida, donde la forma cuenta más que el fondo, y donde no sucede nada. La huida, el vacío existencial, la busca del cambio, y nada más.