Cuando el cine recuerda veranos de niñez y preadolescencia, el espectador inteligente suele recelar: es un terreno sembrado de tópicos, en los que parece obligado irse parando en estereotipos gastados y lugares comunes. Pero los buenos aficionados saben que cuando una película de niños de 10-14 años sale bien, es inolvidable: Matar a un ruiseñor (Mulligan, 1962), Un árbol crece en Brooklyn (Kazan, 1945) y otras más recientes, como Millones (Boyle, 2004), lo demuestran.
El catalán Pau Freixas (Barcelona 1973), con experiencia en televisión, ha logrado una hermosa y amena película, que él mismo escribe con Albert Espinosa (4ª Planta). Esta cinta, rodada en catalán con un excelente reparto liderado por Alex Brendemühl -soberbio, como casi siempre- y Eva Santaloria -expresiva y divertida en su papel de chica con carácter-, cuenta la amistad entre cinco chicos que rondan los 14 en los años 80 del siglo pasado, en un pueblo de la Costa Brava.
Los muchachos (muy bien dirigidos, especialmente la pequeña Mireia Vilapuig, que brilla como si llevase una bombilla dentro, triste y alegre) sueña con ganar una tradicional carrera con bólidos caseros para así tener derecho a una cabaña con la que siempre han soñado. De manera sorprendente, siendo una película con abrumador protagonismo infantil, la historia tiene aplomo y toma altura, alejándose del telefilm o de la serie de pandilla veraniega: es original, dulce y amarga, simpática y jocosa, poética y tremendamente emotiva.
La historia paralela de un joven ejecutivo de publicidad y su encuentro con una joven en una carretera, sirve de contrapunto para equilibrar una trama que incluye sorpresas. Tiene un sentido de la emoción, una mirada sobre lo frágil llenos de encanto.