Un caballero vuelve de las Cruzadas y encuentra su tierra asolada por la peste. La muerte le sale al encuentro y juega con él al ajedrez.
En el mismo año que la impresionante Fresas salvajes (Oso de Oro al mejor director en Berlín, Globo de Oro a la película en lengua no inglesa), Bergman estrenó esta película que le dio fama mundial, con una historia que se sigue con gran emoción. Las similitudes con el Quijote son grandes y la búsqueda de Dios por parte del caballero Antonius Block (magistralmente interpretado por Max Von Sydow) es conmovedora, en gran medida porque el propio Bergman aún buscaba y se sentía muy cerca de las actitudes de su personaje.
Como muy bien explicó Juan Orellana en su artículo con motivo de la muerte de Bergman (1918-2007), el director sueco “fue evolucionando, desde la búsqueda incansable de un alma metafísica hasta un ronco escepticismo desencantado. Bergman luchó con su tradición luterana hasta hacerla trizas, transformando su pregunta religiosa en un grito sordo lanzado a la nada. En él se conjugaron todas las contradicciones del europeo moderno, escindido entre una tradición religiosa en retirada y un nihilismo vencedor y disolvente. Sus grandes cuestiones filosóficas de sus primeros títulos dejaron paso a una obsesiva y asfixiante disección sin horizonte de las relaciones sentimentales”.
La película cuenta con un guión impecable: su equilibrio dramático es digno de estudio: no en vano Bergman fue un excepcional dramaturgo y director teatral. La vigorosa realización tiene mucha fuerza gracias a la fotografía en blanco y negro del gran Gunnar Fischer.