Un pistolero quiere regenerarse y decide incorporarse a una caravana de granjeros que viaja camino de Oregón para asentarse en una tierra de promisión.
El guionista Borden Chase tenía predilección por los triángulos y aquí logra uno excepcional: dos pistoleros con una mujer por medio y un cuarto personaje que les da vueltas (el joven Rock Hudson). Anthony Mann es un director único para rodar en espacios abiertos historias de personajes que buscan redimirse de un pasado ominoso marcado por la violencia.
En esta película de 1952 contó con su actor favorito, un James Stewart perfecto, al que encomendó el papel protagonista de las excelentes Winchester 73, Tierras lejanas, El hombre de Laramie y Colorado Jim. Poca gente ha usado mejor que Mann el technicolor (las localizaciones de Oregón son bellísimas, dan ganas de irse corriendo para allá).
Las películas del director de El Cid tienen unos colores que nos introducen en la naturaleza virgen de una forma plácida que, paradójicamente, es a la vez intensamente épica (sin duda, en esto último ayuda la música de Salter). Por eso, cuando se rompe el equilibrio y surge la violencia, el contraste es impresionante.
Mann tiene muy buena mano para las secuencias de acción y es un gran director de actores, tanto que algunos solo brillaron con él.