Michel vive solo, una angustia sorda le va devorando. Se hace carterista para ver si le late el corazón. La joven Jeanne, que cuida de un padre alcohólico, es un alma gemela de Michel.
En su libro de aforismos cinematográficos, el francés Bresson (1901-1999) dice algo que puede parece una boutade pero que es el nervio de su filmografía: “Estilo: todo lo que no es técnica”. Es un director inclasificable que heredó de Abel Gance (es difícil entender esto sin conocer Napoleón) esa visión del cine como cinematógrafo, es decir, como escritura con imágenes en movimiento.
Pickpocket es el compendio más acabado del cine de Bresson, un asceta que protege el acceso a la belleza del ser humano golpeado por la gracia de un muro que obliga a descalzarse y colocarse unos ojos nuevos para estrenar mirada. Lo que acabo de escribir asusta, pero advierto que es la única manera de acercarse a las grandes obras de este hombre culto y extraordinariamente sensible, un cristiano muy inclinado a los rigores jansenistas. El uso de los actores no profesionales y la renuncia al efectismo tienen en Pickpocket (y en la sobrecogedora El proceso de Juan de Arco) un resultado bellísimo, esencial, despojado, agotador.
