Vittorio De Sica (1901-1974) es uno de los cineastas más prolíficos: superó las 160 películas como actor entre 1917 y 1974; dirigió una treintena desde 1940 a 1974. En una carrera tan larga los altibajos fueron inevitables. Pero entre 1946 y 1952, De Sica se instala en un nivel que muy pocos directores europeos han logrado igualar. Los títulos, todos con la participación del guionista Cesare Zavattini, son El limpiabotas, Ladrón de bicicletas, Milagro en Milán y Umberto D.
Con actores no profesionales (aunque el casting fue muy cuidadoso), De Sica y otros cinco guionistas adaptaron una novela de Luigi Bartolini para lograr un retrato impresionante de la Italia de la posguerra, representada por un niño que ve partirse en mil pedazos el pedestal donde tenía subido a su padre, un pobre hombre que tiene que robar para poder seguir viviendo. Esa fatídica secuencia es una de las más desgarradoras que se han visto en una pantalla. La cinta, estrenada en 1948 y ganadora del Globo de Oro y del BAFTA a la película en lengua no inglesa, tiene una calidad de escritura y de realización muy difíciles de superar: 60 años después sigue siendo una película imprescindible que ayuda a entender lo mucho que debe el cine a directores como De Sica.