Un hombre soltero

Una pareja rota por una muerte repentina. Los recuerdos, el duelo, la nostalgia, el sin vivir porque se añora. Y ahora el otro vive mecánicamente, da sus clases de literatura sin alma, y el alcohol y la velada con los amigos no amortiguan la pena. Y entonces aparecen los fantasmas de aquellas vacaciones, de aquellas tardes compartiendo manta y lectura de poemas delante de la chimenea, y el fantasma del suicidio…

Suena un poco cursi y excesivamente lacrimógeno porque lo es. Por mucho que el guión esté basado en una novela de Christopher Isherwood, Un hombre soltero es un melodrama meloso que no llamaría la atención si no fuera por dos cosas: que es la primera película del diseñador Tom Ford y que la pareja rota por la muerte es homosexual.

Es más, se trata de una película de propaganda gay en toda regla con un mensaje ideológico clarísimo y que, curiosamente, se ha vendido con un tráiler, engañoso como pocos, que muestra un romance entre Colin Firth y Julianne Moore. Entiendo la polémica que se ha montado -protestó hasta el propio Firth-, pero creo que es gratuita: la forma de vender la película es coherente con una estrategia para llevar al cine a gente que nunca iría a ver una película de amor gay pero que mata por un melodrama romántico.

Tom Ford es diseñador -y homosexual-, y lo que ha hecho es vestir su discurso ideológico con ropa de marca: buenos actores, estupendos vestuarios (solo faltaba), magnífica iluminación, buena fotografía y elegancia, mucha elegancia. Todo es de una gran sutileza para que entre bien la historia de amor, para que se acepte incluso el final, un final muy delicadamente homosexual que, si la historia fuera de amor heterosexual, hubiera hecho morirse de risa al personal: por cursi, meloso e irreal.

Quien salva la película, en todo caso, es un Colin Firth (candidato al Oscar y premiado en Venecia) que demuestra que puede con lo que le pongan por delante. Pero a pesar de su omnipresencia, la película no consigue elevarse casi nunca, hay un exceso de voz en off, una reiteración de elementos melodramáticos y, sobre todo, la permanente sensación de que uno está ante un largo anuncio de colonia, de que lo que pasa, en realidad, es tan poco consistente que se evapora en pocas horas.

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