Esta película es cine de aventuras, de dos aventuras: la de la fotógrafa y pintora Ouka Leele, que pinta Mi jardín metafísico, un mural de 240 metros cuadrados en una calle de Ceutí, un pueblo murciano; y la del director y guionista Rafael Gordon, que en su cuarto largometraje encuentra un personaje de los que le gustan, una mujer luminosa, vital, efervescente, a mitad de camino entre las protagonistas de sus dos películas anteriores, La reina Isabel en persona (2000) y Teresa, Teresa (2003).
Gordón y Ouka Leele (Bárbara Allende) comparten actitud vital, de algún modo comparten fascinación por la ascética y la mística del impulso arrollador de dos personajes fascinantes, de dos mujeres soñadoras, Isabel de Castilla y Teresa de Jesús. Y lo hacen en una película que es muy difícil llamar un documental, sin más. Lo que ha hecho Gordon no es un documental: es una aventura, el viaje lleno de sorpresas de un artista (el cineasta y dramaturgo Gordon) al interior de otra artista, Ouka Leele.
De la vida, de la muerte, del arte, de la enfermedad, de la belleza, de la creatividad, de la maternidad, de la familia, de Cibeles, del museo del Prado, de Madrid, de los 80, del campo, de la ciudad, del trabajo del artista dialogan (sin dialogar) de una manera nada convencional Ouka Leele y un inspirado Gordon. Él pinta con su cámara sobre el rostro de una mujer tímida que tiene mucho que decir, pero que no se siente cómoda al otro lado del visor, y sin embargo se revela una actriz formidable, en gran medida por la sabia manera que ha tenido Gordon de dirigirla.
El archivo (fotografía, video, pintura) de Ouka Leele permite a Gordon un ejercicio fascinante de montaje (un verdadero capolavoro de Íñigo Madurga), con una narración muy ágil y amena, llena de sugerencias. Hay también un trabajo musical de primera línea firmado por Eva Gancedo y Jorge Magaz, y un montaje de sonido, a cargo de José Luis Vázquez, de impresionante perfección.
Como reconocen Gordon y Ouka Leele, es esencial la fotografía del malogrado Julio Madurga (1948-2008), uno de los operadores de cámara más importantes del cine español. Su trabajo en digital (una manera ideal para preservar el pudor y el aire confidencial que requería esta película, luego kinescopada a 35 mm) es muy bueno, a ratos, sencillamente conmovedor.
Estamos ante una de las mejores películas españolas de los últimos años.