Con 21 años de retraso se estrena en las salas españolas esta obra maestra del cine de animación, una de las predilectas de Miyazaki. Su estudio, Ghibli, tiene como logotipo a Totoro, el simpático espíritu del bosque que hace amistad con dos niñas de 11 y 4 años que extrañan a su madre, internada en un hospital para tuberculosos.
En otros títulos, que son menos adecuados para niños por el tono de sus historias, como Nausicaä del valle del viento, La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro, El castillo en el aire y El castillo ambulante, hay un intenso dramatismo con ribetes apocalípticos.
Mi vecino Totoroes, quizás, la más delicada y poética de las obras de Miyazaki. Su historia, llena de candor, está marcada por la fascinación por la naturaleza, una de las constantes en la filmografía del director japonés. Hay una gracia y una dulzura encantadoras sin el menor rastro de cursilería.
La música de Joe Hisaichi es bellísima. Hay secuencias inolvidables (el primer encuentro de la pequeña Mei con los Totoros, la llegada del Gatobus, la danza que hace crecer los árboles) que sorprenden por su inventiva y plasticidad. Esta película entronca con la reciente Ponyo en el acantilado, con Nicky, aprendiz de bruja y con la asombrosamente lírica Porco Rosso, con las que comparte un tono jovial, ingenuo y luminoso.