Después de años de inactividad como director, Francis Ford Coppola (Detroit, 1939) vuelve tras la cámara con una película menor y bastante inclasificable, Tetro. Rodada en blanco y negro y con muy poco presupuesto, el reparto lo encabezan Maribel Verdú y Vincent Gallo, acompañados por el casi desconocido Alden Ehrenreich.
El argumento gira en torno a un reencuentro familiar, cuando Bennie viaja a Buenos Aires para ver a su hermano Tetro, que se fue de casa años atrás rompiendo con todos sus lazos familiares. El guión va levantando una a una las capas de la cebolla, hasta llegar al núcleo de los inconfesables secretos familiares, con las sucesivas catarsis de turno.
Este planteamiento, utilizado por tantísimas películas, adquiere en manos de Coppola una extraña apariencia. El tono natural y realista se combina con fallidas representaciones oníricas, el efectismo del blanco y negro se antoja pretencioso en un film de propuesta tan mínima, y la anécdota es dilatada injustificadamente más de dos horas, incluyendo una tópica trama de iniciación sexual.
Ciertamente, el film no carece de interés, aborda la cuestión de los vínculos y la paternidad con mirada compleja, así como destaca la entrega del amor conyugal.
La dirección de actores es excelente y el trabajo fotográfico y musical impecables. Pero la puesta en escena “arte y ensayo” no es lo que se espera de Coppola, y es inevitable verlo como una incursión en terrenos en los que no sabe moverse con éxito.