Il Divo

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ESTRENO12/12/2008

Giulio Andreotti es uno de los políticos democristianos más importantes de la turbulenta historia italiana de la segunda mitad del siglo XX. Fue siete veces primer ministro y titular de otras carteras en más de veinte gobiernos. Andreotti es un hombre ilustrado, católico, y ha cultivado una imagen de político astuto (el zorro o el divino fueron algunos de los apodos que recibió de sus compañeros -amigos o rivales- políticos); una especie de Maquiavelo de frases redondas, muchas de ellas ejemplarmente recogidas en la película. En 1991 fue nombrado senador vitalicio. El último de sus gobiernos acabó en 1992, y al año siguiente varios arrepentidos de la mafia le acusaron de estar relacionado con la Cosa Nostra e involucrado en la muerte de un periodista. Andreotti fue procesado pero acabó siendo absuelto de todos los cargos en 1999.

El cineasta italiano Paolo Sorrentino (Las consecuencias del amor) ganó el premio del Jurado en el pasado festival de Cannes por este curioso y poderoso biopic. La cinta es un ataque frontal y cruel al político, en la línea del Fahrenheit de Moore, pero con mucha más clase cinematográfica. Efectivamente, como material audiovisual, la película tiene pocos peros.

Sorrentino monta su diatriba a partir de dos sólidas coordenadas: una interpretación magistralmente caricaturesca de Toni Servillo, que no quiso leer nada de la vida del político para poder entregarse por completo al texto del guión (escrito también por Sorrentino), y un montaje ágil, original y operístico a años luz del tono serio y grandilocuente habitual del cine político. Hay cambios de humor, de encuadres, de música, de ritmo. Es cierto que el realizador se muestra desigual y, después de una primera parte brillante, empieza a repetirse hasta acabar cansando.

De todas formas, el principal problema de la cinta es que este despliegue visual está al servicio del sarcástico ataque a una persona viva que, al margen de los puntos oscuros de su actuación pública, ha sido ya juzgada. Y, en este sentido, la película es tramposa, especialmente para el público poco conocedor de los avatares políticos de la península vecina en los últimos lustros. Como destacó la prensa italiana (en general elogiosa en relación a la calidad del film y despectiva con la virulencia del embate y con la imagen que ofrece de la política italiana), parece que Sorrentino quiere aportar las pruebas contra Andreotti que no fueron capaces de encontrar los jueces. Y para un cineasta que trabaja con la ficción no hay nada más fácil que encontrar pruebas.

En Il Divo, Andreotti confiesa crímenes mirando a cámara, hay montajes paralelos de sus alocuciones con órdenes de asesinatos, escenas besando mafiosos, extorsionando a sus compañeros, pagando sobornos… La Repubblica publicó que Andreotti, después de ver la película, manifestó que era “maliciosa, malvada y poco honesta”, y no es extraño: al final, lo que sostiene con ironía y manejo visual el cineasta italiano es mucho más fuerte que lo que escupía Michael Moore.

En un biopic, la delgada línea ética es muy delgada, pero Sorrentino decide jugar en otro campo, y en ese campo, para él, y para muchos, no existen las reglas.

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