Impactante mirada a la siniestra realidad de la Camorra italiana, a partir de la novela homónima de Roberto Saviano, amenazado de muerte por estos criminales, hasta el punto de que necesita cotinua protección policial. De las decenas de historias que conforman la obra original, el director, Matteo Garrone, ha escogido cinco, muy representativas de la trágica historia que vive Nápoles y sus alrededores.
Como si de un elaborado tapiz se tratara, se entrecruzan las andanzas de varios personajes. Don Ciro es un contable de la mafia que nunca se ha manchado las manos, y que ante la complejidad de los enfrentamientos entre clanes, no sabe a cuál apuntarse para salir indemne. Totò, un adolescente, joven cachorro, aspira a que sus mayores le consideren para introducirse en la organización criminal. Marco y Ciro son dos jovenzuelos descerebrados, tan indolentes y poco motivados como otros coetáneos honrados, pero que además desean “hacer la guerra por su cuenta”, o sea, jugársela a una banda de narcos colombianos saltándose la jerarquía camorrista. Roberto, joven licenciado y chico para todo de Franco, tiene trapicheos con industrias químicas para eliminar residuos tóxicos, de un modo más barato que si las empresas cumplieran la normativa de seguridad. Por último aparece Pasquale, un sastre excelente, que ante la urgencia de entregar un pedido, tiene la ocurrencia de encargar la tarea, sin que lo sepa su jefe, a los talleres clandestinos chinos.
Es ésta una película que retrata sin paliativos el horror del crimen organizado de la Camorra. Además, resulta muy actual al incluir cuestiones como la explotación de inmigrantes ilegales, el desnortamiento de tanto joven sin ideas, y la destrucción del medio ambiente por la contaminación. El planteamiento, valiente, es el de una completa desmitificación de la cuestión: quedan descartados los tratamientos más o menos románticos o condescendientes de cierto cine estadounidense, que tiene detrás a gente de la talla de Francis Ford Coppola, Martin Scorsese o Brian De Palma, este último criticado explícitamente. Aquí no hay espacio para la fascinación, porque lo que pinta Garrone es la rutina mafiosa, absolutamente inmoral: negocios corruptos para llenarse los bolsillos, utilización de las personas para fines horribles, degradación de la sexualidad –mostrada explícitamente–, negación del valor de la vida, sometimiento de las personas, incluidos casi niños, condenadas a ser parias si no aceptan determinadas reglas del juego…
Con un inteligentísimo tempo, como si se tratara de un documental, real como la vida misma –muchos actores no son profesionales, en línea con la tradición del neorrealismo italiano–, somos testigos de las evoluciones de los distintos personajes, dentro de un mecanismo muy bien engrasado donde impera el miedo y la hipocresía, y que nadie parece tener interés en desmontar, en parte por los miles de millones de euros que mueve, incluso dentro de negocios legales. En medio del terrible, desolador panorama que se nos muestra, y sin más violencia de la estrictamente necesaria, Garrone tiene el acierto de incluir personajes que se rebelan ante el estado de cosas; su opción no significa el fin de la Camorra, ni mucho menos, pero al menos es la constatación de que para la gente de a pie hay una forma correcta de hacer las cosas, aunque suponga ganar menos dinero, quedar fuera de juego.