Dos jóvenes norteamericanas, Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson), viajan a Barcelona para pasar sus vacaciones de verano. Vicky, nos dice el narrador, está haciendo un máster sobre “identidad catalana”. A Vicky, mujer ordenada, le gusta la estabilidad y el compromiso, y se casará en cuanto vuelva a Estados Unidos. Cristina es impulsiva y está abierta a las aventuras que puedan surgir, tanto afectivas como profesionales; todavía no sabe qué hacer con su vida, sólo sabe “lo que no quiere”.
Una tarde van a una galería de arte y conocen a Juan Antonio (Javier Bardem), un pintor con un escándalo matrimonial a sus espaldas: su mujer (Penélope Cruz) intentó matarlo (¿o fue al revés?). Juan Antonio las invita a ir con él a Oviedo, y a tener relaciones sexuales. Vicky se siente ofendida, Cristina acepta “sin garantizar nada”. Luego la película va explorando las complicaciones que surgen entre unos y otros.
En su nueva película Woody Allen continúa su descubrimiento de Europa (Londres, París, Venecia, Barcelona, Oviedo) y añade un toque de exotismo. Toda la acción transcurre en España, y en vacaciones: a diferencia de Match Point, en la que Londres es una ciudad donde se vive y trabaja, Vicky Cristina Barcelona presenta una España bella y exótica, vista por un extranjero, donde la vida es fácil y la bohemia es una opción atractiva.
La fluida y colorista fotografía de Javier Aguirresarobe favorece las secuencias de exteriores pero no casa bien con el estilo habitual de Allen: en algún momento parece hecha para un spot publicitario de la geografía española. Rematan el cuadro los dos actores pañoles de moda: Javier Bardem y Penélope Cruz.
A pesar del exotismo latino, la cinta es la típica película de Allen: un puñado de personajes ligeramente neuróticos, medianamente sofisticados, con conflictos amorosos de todo tipo y un claro despiste sobre lo que está bien y lo que está mal. Los conflictos tampoco son nuevos, ni siquiera originales (recuerden Manhattan); los personajes siguen buscando el amor y la felicidad, y a veces la encuentran pero no dura; los diálogos son, como siempre, espléndidos.
Allen, que en alguna ocasión parecía optar por el compromiso y la verdad, en esta vez parece no tomar nada en serio. Quizá la España moderna no le invita más que a disfrutar de la belleza del momento, pero no a ser responsable. Es bueno sólo para un verano, pero luego hay que trabajar, en otro país, y la experiencia deja un regusto amargo.
Una obra, en fin, menor pero digna, cuyos principales elementos de interés son la dirección de actores, la fotografía y la localización. Hay que advertir que pierde mucho con el doblaje español, ya que buena parte de su gracia es el continuo paso del inglés al español.