Ésta es de esas películas que proporcionan la coartada perfecta para acometer un remake a quien lo desee, con independencia de la calidad del original: tan bueno es el resultado final. Porque si ciertamente la versión dirigida por Delmer Daves en 1957 de un relato corto de Elmore Leonard es muy apreciada por los amantes del western, el film de James Mangold se encuentra a su altura medio siglo después, o aun la supera, al insuflarle mayor complejidad en la definición de los personajes y sus motivaciones.
Ben Wade y su banda cometen mil y una fechorías. De una de ellas es testigo el ranchero Dane Evans, hombre honrado y mutilado de la Guerra de Secesión, con una familia que le quiere. Pero su hijo adolescente, William, no comprende el modo en que su padre soporta los abusos de los poderosos, que pretenden hacerse con sus tierras, por las que pronto pasará el ferrocarril y se revalorizarán. Por ello la tentación de admirar el salvaje modo de vida de Ben es grande; y tal tentación crece en grado cuando Ben, hecho prisionero, debe ser custodiado por Dane y otros hombres para que ingrese en la penitenciaría de Yuma. Pues el chico verá muy de cerca a los dos hombres, con sus fortalezas y debilidades.
El western que entrega Mangold es una hábil mezcla de tradición y modernidad. Se rinde homenaje a todas las claves del género, con una historia vibrante, contada con un montaje brioso, de ritmo envidiable, donde no faltan los duelos y las ensaladas de tiros, con un hiperrealismo violento acorde a los tiempos que corren, bien acompañado por la atractiva partitura musical de guitarra de Marco Beltrami.
Al mismo tiempo, hay mimo en la composición de los dos antagonistas -magnífico duelo interpretativo entre Russell Crowe y Christian Bale, a la altura del que mantenían Gregory Peck y Charlton Heston en Horizontes de grandeza– y del hijo de uno de ellos. Así quedan delimitadas las fronteras de lo que está bien y lo que está mal, pero no se hurta la realidad de que en el mundo, entre el blanco y el negro, hay una abundante gama de grises en las actitudes morales. Los matices de uno y otro, la posibilidad de que Ben y Dane acaben basculando hacia el otro lado, sirven para proponer la necesidad de un referente paterno atractivo, tan importante en quien se está convirtiendo en adulto.
También son interesantes los secundarios, como el psicópata interpretado por Ben Foster, que se diría unidimensional, pero que habla de esa violencia irracional y sin sentido que tanto abunda, por desgracia, en la actualidad.