No hay manera de encasillar al cineasta Marc Forster, nacido en 1969 en Alemania, criado en Suiza, y asentado desde 1990 en Nueva York, en cuya Facultad de Cine se licenció en 1993. Desde entonces ha dirigido películas tan dispares como las intrigas Un grito en el cielo (2000) y Tránsito (2005), los premiados dramas Monster’s Ball (2001) y Descubriendo nunca jamás (2004), o la singular comedia Más extraño que la ficción (2006). Forster está rodando Quantum of Solace, la nueva de la saga Bond.
Basada en el popular best-seller de Khaled Hosseini, la película se inicia en San Francisco, en 2000. Amir es un joven escritor de origen afgano, felizmente casado y plenamente integrado en Estados Unidos. Justo cuando publica su primera novela, recibe una misteriosa llamada desde Pakistán, que despierta en él dolorosos recuerdos. La acción se traslada así al Afganistán de 1978. Amir, inteligente e imaginativo chaval de una rica familia pastún de Kabul, disfruta una infancia feliz con su íntimo y lealísimo amigo Hassan, hijo de un sirviente de su padre, de etnia hazara. Después de que ambos triunfen en un concurso de cometas, su amistad es trágicamente puesta a prueba por un grupo de jóvenes fundamentalistas, que anticipan los horrores de la invasión soviética del país y del posterior régimen talibán.
Rodada en la región más occidental de China, y dialogada casi íntegramente en dari y pastún, esta película desarrolla una bella historia de amistad, lealtad, traición y redención, elogiosa de la sincera religiosidad musulmana de los personajes, y ponderada en su repaso realista de la dramática historia reciente de Afganistán. Seguramente, al lector de la novela esta versión le sepa a poco, pues se adivina que, en ciertos pasajes, Forster no alcanza toda la intensidad posible, quizá por contar con jóvenes actores no profesionales, que a veces resultan algo envarados. Tampoco está demasiado bien resuelta la subtrama desarrollada durante la dictadura talibán.
De todas formas, el inquieto cineasta mantiene un alto nivel narrativo, dramático y estético, logra una notable dirección de actores, y no carga la mano en los pasajes más sórdido del relato. De esta manera, arranca unas cuantas secuencias conmovedoras y de gran belleza visual, en las que brilla con luz propia la sensacional partitura de Alberto Iglesias, candidata al Oscar, con una atrevida y moderna fusión de músicas tradicionales afganas con ritmos árabes, flamencos y orientales.