Segunda película basada enel cómic de Francisco Ibáñez. Los protagonistas deben reconciliarse tras un largo tiempo sin hablarse. La ocasión se la ofrece un ricachón esquizofrénico que está desecando el mundo con una máquina que ha robado al profesor Bacterio, al que mantiene secuestrado. De esa manera, quiere imponer como bebida universal la botijola, un horrendo mejunje que distribuye su rica familia desde tiempo inmemorial. Lucharán contra él los dos agentes de la TIA con la ayuda de la inefable Ofelia y las constantes zancadillas del Súper.
Al igual que su antecesora, esta película intenta recrear el universo surrealista de los cómics originales a través de un cóctel de efectos visuales y golpes de humor disparatado y supuestamente destinado a todos los públicos. Su primer problema es que Miguel Bardem (Noche de reyes, Incautos) es un cineasta mucho menos imaginativo que Javier Fesser, y sólo saca partido a los excelentes efectos antigravitatorios.
Por otra parte, los gags no son especialmente brillantes, y muchos de ellos caen en lo bobo, lo zafio o lo escatológico. De modo que sólo cabe destacar los esfuerzos de Pepe Viyuela, que confirma su enorme capacidad mímica en la piel de Filemón y da sopas con honda a Eduard Soto, muy poco afortunado en su interpretación de Mortadelo.