Cuatro matemáticos de diversas edades y condiciones, desconocidos entre sí, son convocados por carta por un tal Fermat para participar en un misterioso y exclusivo concurso. De este modo, los cinco se reúnen en un inmenso almacén de grano, en mitad del campo, pero dentro del cual hay una habitación perfectamente amueblada y equipada. Al poco de comenzar la reunión, al tal Fermat le llaman por teléfono y abandona el lugar. Quedan así tres hombres y una mujer, que deberán luchar contra el reloj y una angustia creciente. Pues, en cuanto se pasan del tiempo previsto para resolver los problemas lógicos, que les plantean a través de una PDA, la habitación comienza a menguar, triturando todo lo que las paredes encuentran a su paso.
Después de rodar varios cortos, y trabajar como guionistas y realizadores para diversos programas televisivos, el coruñés Luis Piedrahita y el gijonés Rodrigo Sopeña debutan al alimón como directores de largometrajes con La habitación de Fermat, angustiosa intriga, similar en su planteamiento a películas como Cube, Intacto o Saw, y heredera en su estilo de las novelas de Agatha Christie y de las películas de Hitchcock y sus imitadores posteriores. El guión es más bien trivial, y padece claras incoherencias y artificiosidades, que irritarán a lo más exigentes. Pero estos defectos se disimulan gracias a las intensas interpretaciones y sobre todo a una agresiva planificación, muy sugestiva en las escenas en exteriores y habilísima en el aprovechamiento dramático de la aterradora habitación menguante: un cuarto con vida propia, que obliga a los personajes a desplegar todos sus conocimientos matemáticos y a desvelar los oscuros secretos que guardan en sus corazones.
Sólo cabe desear que, en sus futuras películas, Luis Piedrahita y Rodrigo Sopeña enriquezcan esa brillante factura formal con un argumento con más enjundia dramática y moral.