Acusadas de haber participado en un atentado contra Franco, y tras un juicio militar sumarísimo, el 5 de agosto de 1939 morían fusiladas trece mujeres muy jóvenes, la mayoría de ellas militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU).
Independientemente del mayor o menor rigor histórico de esta adaptación del libro Trece rosas rojas escrito por Carlos Fonseca, cabe elogiar el esfuerzo de ponderación realizado por Emilio Martínez-Lázaro (El otro lado de la cama), que huye casi siempre de los trazos gruesos, no se regodea en los pasajes más morbosos y reconoce heroicidades y brutalidades en uno y otro bando. De esta manera, ofrece al menos una visión verosímil de los hechos y salvaguarda la autenticidad de los personajes. En este sentido, quizá su principal acierto sea culminar la película con la emotiva carta de la única católica practicante de las ajusticiadas, en la que pide a su hijo de 11 años que no se olvide de ella y perdone a sus ejecutores.
El director planifica con sentido dramático y hace que luzca la esmerada ambientación. Sin embargo, no logra disimular las debilidades del guión y de algunas interpretaciones, causadas quizá por el desigual interés de las subtramas.