A Iciar Bollaín no le gustan las etiquetas. Lo manifestó con motivo de la presentación de su película en San Sebastián: “no sé qué es peor, si la etiqueta de cine social o la de progre”. Y se entiende, aunque también se entiende que se las pongan. Si hace cuatro años la realizadora madrileña consiguió estremecer al público con su duro cuadro del maltrato en Te doy mis ojos, en Mataharis entra de lleno en cuestiones sociales de gran actualidad: desde la conciliación entre trabajo y familia, hasta la ética en los negocios o la explotación empresarial. Pero como ya ocurría en su película anterior, y se confirma ahora, Bollaín tiene la inteligencia de construir con estos temas -que podrían servir para una denuncia, un documental o una disertación filosófica- unas historias absolutamente personales, auténticos dramas en el sentido clásico del término.
En Mataharis, Bollaín recorre las historias de tres mujeres, detectives privadas, que tratan de conciliar familia y trabajo, que se ganan la vida como profesionales y la pierden entre pañales y biberones, que intentan sacar a flote su matrimonio y se debaten entre lo que les dice su conciencia y lo que dicta un contrato de trabajo. Habla Bollaín con una tremenda soltura -porque además, como ella misma confiesa, la película es un poco autobiográfica- de la crisis más frecuente del urbanita de a pie que ve cómo su existencia se parece a un puzzle con un montón de piezas que tiene que encajar y que continuamente amenazan con desordenarse.
Y habla de ello con un lenguaje cinematográfico impecable: un guión sólido y estupendamente trenzado, un tratamiento fotográfico -cercano al documental- muy efectivo y, sobre todo, un montaje fragmentado trabajadísimo y muy complicado. Ese trabajo se nota, mucho y para bien, en la cinta; hay todo menos improvisación en un montaje capaz de levantar un complicado edificio de tres tramas principales -bastante equilibradas aunque la historia protagonizada por Nawja Nimri y Tristán Ulloa tiene quizás más fuerza dramática- y varias secundarias con su propio desarrollo de personajes (y en algunos casos, como el del anciano nostálgico, ¡qué personajes!).
Junto a esto destacan unas buenas interpretaciones -sensacional en el caso de Nawja Nimri- y una mirada realista pero no asfixiante. Y en esto la cinta se distancia mucho del planteamiento determinista de una gran parte del cine social. Bollaín presenta con clarividencia los problemas, cierra de un portazo las soluciones escapistas pero -sorpresa- aporta, sin discursos, con el mismo tono escueto y un tanto seco de la película, algunas pistas útiles para cuadrar el puzzle. Y no digo más. Algo tiene que descubrir el espectador, porque, además, hay quien sigue diciendo que Mataharis -la mejor producción del cine español en bastante tiempo- es una película de detectives.