Rosie es productora de televisión. Hace años que entró en la cuarentena, tiene dos divorcios a sus espaldas y una precoz hija adolescente. En el despreocupado mundo que le rodea, parece que sólo hay un peligro: envejecer, y más en el caso de Rosie, que se enamora de un joven y extrovertido actor.
Amy Heckerling escribe y dirige esta comedia romántica que sirve, entre otras cosas, para que Michelle Pfeiffer vuelva a la pantalla después de cinco años. Le pesa a la película el sobreprotagonismo de la actriz en un papel que, aunque cortado a su medida, no necesitaba tantos planos.
Heckerling arranca bien la cinta con una crítica muy certera al endiosamiento de la juventud que sufre gran parte de la sociedad. Una exaltación que puede llegar a la neurosis en mundos como el de la moda o el espectáculo, donde se vive de la imagen. La realizadora norteamericana, algo encasillada desde «Aquel excitante curso» en los films sobre jóvenes y adolescentes, refleja con habilidad la cada vez más débil frontera que separa a algunos adultos de los adolescentes. En ese sentido, las imágenes de Rosie jugando a las «barbies» con su hija o pidiéndole consejo sobre cómo vestir en la primera cita con su novio son, además de hilarantes, tremendamente turbadoras. En este primer tramo, Heckerling construye algunos buenos diálogos -en otros muchos se hubiera agradecido un poco más de sutileza- centrados en el paranoico deseo de los productores del programa de ganar al público joven con su propia jerga.
El problema es que, una vez expuesta esta atinada crítica, la cinta pasa a deambular por un terreno más trillado -el del romance en plan «contigo pan y arrugas»- y más aburrido. Lástima, pues lo que hubiera podido ser una ácida comedia se queda en una comedieta, a ratos graciosa, a ratos zafia, con buenas intenciones y un final pastel. Aunque al menos hay que agradecer que no nos someta al falso melodrama existencial de la nefasta «Secretos compartidos».