Multipremiada producción mexicana, rodada en blanco y negro, que recrea genéricamente los conflictos latinoamericanos entre militares y guerrilleros. Para ello, cuenta la historia de don Plutarco, un anciano violinista que se sirve del gusto por la música de un capitán para intentar ayudar clandestinamente a los rebeldes.
Aparentemente, «El violín» es una película social, comprometida con una causa justa, y no exenta de cierto lirismo. Probablemente por ello ha recibido tantos galardones. Pero un análisis más detenido nos revela una cinta cargada de ideología y con un sesgo de propaganda militante propia de tiempos pretéritos.
La película es muy dura, y los momentos de humanidad que propone se ven oscurecidos por un marcado maniqueísmo y por un esquematismo marxista muy didactista. Avala la mentira y la utilización de las personas en aras de la revolución. El resultado es una película de impactante denuncia, pero carente de esperanza y de verdadera humanidad. Sin duda, el actor no profesional que hace de don Plutarco y el niño que interpreta al nieto son el sostén de una película que merecía un tratamiento menos doctrinario. Falta una mirada libre, la que debería ser la mirada del director.
Juan Orellana