Will es un arquitecto imaginativo, tiene una novia preciosa Pero no es feliz. La pareja se muestra distante, y para Will la profesión se convierte en refugio. Este frágil estado de cosas se va a quebrar cuando la nave-estudio de Will es asaltada de noche por una banda de ladrones de origen bosnio.
El disgusto no para aquí, pues la banda repite sus incursiones, motivo por el cual Will establece un puesto de vigilancia nocturno; una aventura que le procurará nuevas emociones. Desde conocer a una prostituta (Vera Farmiga) a la identificación de uno de los jóvenes ladrones, buen tipo en el fondo, hijo de una sufrida y trabajadora madre, Amira, que se desvive por sacar adelante al chico. Tan valiosa es la mujer, que Will, en vez de poner una denuncia, propicia el encuentro «casual» con ella.
Anthony Minghella («El paciente inglés») escribe y dirige un crudo drama, con algún pasaje ciertamente sórdido, sobre la vida corriente de tantas personas, que se diría no es vida hasta que determinadas «rupturas» obligan a mirarse dentro de uno mismo. Están sedientas de amor, pero de un modo egoísta, sin pensar en el otro.
Al tiempo ofrece una reflexión sobre la pobreza y las dificultades de integración de los inmigrantes. Lo permite esa relación entre Will y Amira, que Minghella construye pacientemente. De tal modo que cuando Will «se lanza» a conquistarla con movimientos casi de adolescente, la reacción de Amira se comprende: es la de una madre que hará lo que sea por su hijo.
Se agradece el esfuerzo de definición de personajes, un regalo para los actores. También hay una apuesta por la capacidad de perdonar y pasar página, aunque alguna escena torpe chirría.
José María Aresté