Director: Shawn Levy. Guión: Ben Garant, Thomas Lennon. Intérpretes: Ben Stiller, Carla Gugino, Dick Van Dyke, Mickey Rooney, Robin Williams. 105 min. Todos.
Entretenida película, mezcla de comedia y aventuras, trufada de efectos especiales prácticamente en cada plano, clara deudora de títulos como «Jumanji» y «Zathura». El protagonista absoluto del film es Larry Daley (el siempre eficaz Ben Stiller), un tipo que no da un palo al agua. Divorciado, con un hijo adolescente, es incapaz de encontrar trabajo estable.
Al fin la agencia de empleo le envía al neoyorquino Museo de Historia Natural, donde trabajará de vigilante nocturno, en sustitución de tres simpáticos guardianes de edad avanzada (Dick Van Dyke, Mickey Rooney y Bill Cobbs), a punto de jubilarse. El trabajo parece sencillo, entre esqueletos de tiranosaurios, dioramas del viejo Oeste y de las legiones romanas, estatuas de cera del presidente Theodore Roosevelt o momias del antiguo Egipto. Pero lo que no le han explicado sus predecesores es que, cuando dan las doce de la noche, todas esas figuras cobran vida, por un milenario hechizo egipcio.
Estamos ante un film familiar, sin grandes pretensiones, del director de «Doce en casa», al que se habría agradecido un guión mejor trabajado, más coherente. Adaptación de un libro de Milan Trenc a cargo de Ben Garant y Thomas Lennon, las subtramas -el padre que debe ganarse la confianza del hijo y sentar la cabeza; el apunte de romance de Larry con una guía; los verdaderos propósitos de los tres vigilantes; el amor inconfeso de Roosevelt (Robin Williams) hacia una exploradora india; el amor-odio entre un vaquero y un centurión romano- son de escasísima entidad, y al final todo queda reducido a un buen puñado de gags y a un ritmo vertiginoso con planos muy vistosos, compuestos seguramente por ‘tropecientas’ capas superpuestas de efectos especiales. No pedimos un tratado de historia, ni un guión trazado con escuadra y cartabón, pero sí un poquillo de esfuerzo, no dar por sentado el éxito de taquilla. En cualquier caso, se pasa bien el rato, y uno puede echar una risas.
José María Aresté