Director: Edward Zwick. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Djimon Hounsou, Jennifer Connelly, Kagiso Kuypers, Arnold Vosloo. 140 min. Adultos. (VD)
No muchos recordarán que en los años noventa Sierra Leona estaba sumergida en una sangrienta guerra civil, en buena medida financiada con los ingresos del comercio de diamantes. Una serie de ONG acuñaron el término «diamante de sangre» para designar a las piedras que se obtenían mediante el trabajo forzado y servían para alimentar la guerra. El bloqueo ético a esos diamantes alimentó una red de traficantes, que los pasaban de contrabando a los países vecinos que los vendían libremente.
La película comienza con el ataque de los guerrilleros a una pequeña aldea de pescadores. Asesinan a la mayoría, secuestran a los niños, se llevan a los hombres fuertes para trabajar en las minas, y cortan el brazo derecho a los demás «para que no voten mal». Solomon Vandy es llevado a la mina, su hijo es secuestrado para convertirse en «niño soldado», su mujer e hijas logran huir.
En la mina, Solomon encuentra una piedra fabulosa, que esconde. Su camino se cruzará más adelante con el rodesiano Danny Archer, ex mercenario reconvertido en traficante de diamantes. Archer le ayudará a recuperar a su familia a cambio de la piedra. A lo largo de un camino sembrado de cadáveres se encontrarán con una periodista que cubre el conflicto y busca el artículo decisivo sobre el comercio ilegal de los diamantes de sangre.
Edward Zwick («Glory», «El último samurai») está cobrando fama de autor que aborda temas serios con un envoltorio agradable. Tiene muy buena mano para rodar escenas bélicas o de acción intensa. También es cierto que no ha logrado todavía una película redonda.
«Diamante de sangre» es fiel a esta línea. Zwick, productor y director, se sentía muy implicado con la historia y su película tiene mucho de lección de historia. Ha contado con el apoyo de Sorious Samura, quien en 1999 se jugó la vida rodando el documental «Cry Freetown», que narra esos mismos acontecimientos.
«Diamante de sangre», reducida a su simple expresión, es una búsqueda del tesoro en torno a la que suceden cosas, tantas que entorpecen la narración. Zwick enhebra combates, masacres y explicaciones de las mismas, muestra cómo se forman los niños soldados, cómo se trafica, cómo se corrompe, cómo intervienen la prensa, la ONU, la Cruz Roja, los traficantes, los gobiernos, la guerrilla, la asociación mundial de diamanteros y un largo etcétera. Lo que menos importa es este diamante, este traficante, esta periodista y esta familia, sobre todo porque desde el primer minuto sabemos lo que va a pasar con cada uno de ellos, hasta el punto de que el buen hacer de los actores no puede evitar que en algunos momentos suenen a falso, por giros forzosos del guión.
«Diamante de sangre» no es una película excelente, se limita a ser una buena película, demasiado larga y prolija. El cine, también el norteamericano, se ha dado cuenta de que África y los temas africanos son una increíble fuente de historias; recuerden si no las muy recientes «Tsotsi» y «Hotel Rwanda», o la más antigua «Grita libertad».
Fernando Gil-Delgado