Un agente de la CIA, un asesor financiero, jeques árabes, propietarios de compañías petrolíferas norteamericanas, un abogado experto en fusiones, un obrero paquistaní. Piezas en el tablero de una partida muy negra, la del negocio del crudo, el alimento que mueve el mundo hasta que no se invente otra cosa.
La petrolífera tejana Connex ha perdido el contrato para exportar crudo a China; el gigante asiático ha firmado un acuerdo con un emirato árabe. Los hijos del anciano emir optan a la sucesión, el mayor quiere modernizar su país, el menor es un playboy corrupto, mejor candidato para los intereses de las compañías tejanas que el otro. Killen, otra petrolífera, ha firmado un acuerdo para perforar en Kazajstán, y ya importa crudo de esa región, aunque, según los investigadores del Congreso norteamericano, los territorios donde trabaja no tienen petróleo. Connex y Killen anuncian su fusión, pero necesitan el visto bueno del Departamento de Justicia, que ha enviado a sus mejores hombres a investigar ambas empresas.
El guionista de Traffic escribe y dirige Syriana, una película de enorme interés, basada en el libro See No Evil, escrito por Rober Baer, un ex agente de la CIA. Gaghan, de 40 años, logra transmitir el vértigo de la llamada ingeniería financiera, capaz de cambiar gobiernos, de convertir en aliados a los que ayer eran enemigos y viceversa, de exprimir a la gente para después tirarlos a la papelera. En el apartado interpretativo lucen Matt Damon y George Clooney, que opta al Oscar al actor secundario. Las tramas que se entrecruzan son a cada cual más apasionante en una película voluntariamente fragmentada que aporta los datos precisos para que los personajes parezcan títeres en el guiñol del peor capitalismo.