Georges presenta un programa de televisión sobre literatura, su mujer trabaja en una editorial. Tienen un hijo adolescente. De pronto, empiezan a recibir unas cintas de vídeo desconcertantes, que registran las idas y venidas de su familia. Georges intuye quién puede ser el autor, pero la policía no puede hacer nada mientras no haya una agresión a los suyos
Michael Haneke, de 63 años, austriaco de origen alemán, mereció el premio al mejor director y el de la crítica en Cannes. «Caché» es una cinta cuidada, con un montaje muy preciso y una curiosa manera de crear tensión. Llama la atención la ausencia de música con la voluntad de no alterar el impacto de las interpretaciones en el espectador (Daniel Auteuil ganó el premio de la Academia de Cine Europeo).
Haneke hace un cine duro e incómodo, conflictivo y voluntariamente exasperante. Ha estudiado Filosofía y Psicología y sus películas vuelven una vez y otra sobre una visión torturada de la existencia, sin trascendencia ni posibilidad de redención. En algunas («Funny Games», «La pianista»), la ausencia de horizonte moral se manifiesta en situaciones de perversión, torturadas, morbosas y tremendamente recurrentes.
En «Caché» vuelve sobre los efectos de la maldad y hasta cierto punto se plantea si es posible acallar la voz de la conciencia. Para lograrlo recurre a una historia y a unas tramas que pueden resultar exasperantes para el espectador, bien por la lentitud parsimoniosa, bien por muchos cabos que quedan sueltos, sencillamente porque el director parece no prestarles importancia. Un cine lleno de preguntas, para que el espectador se interrogue, pero sin dar respuestas. Como dice el mismo Haneke: «Cualquier clase de explicación es sólo algo que está allí para hacerte sentirte mejor, y al mismo tiempo es una mentira». Con esos planteamientos, nadie debe extrañarse de que el cine de Haneke sea muy minoritario. Tampoco de que cause furor en los jurados de algunos festivales europeos.
Sofía López