Tres años después de triunfar con «El pianista», Polanski acomete la adaptación de otra novela, en este caso la que Dickens publicó en 1838, después de desgranarla en entregas periódicas. Quien haya visto la versión de Lean (1948) y el musical de Reed (1968) estará en las mejores disposiciones para valorar esta película rodada en los estudios Barrandov de Praga, con 60 millones de euros de presupuesto.
Dickens, además de otras muchas cosas, es un maestro de la emoción. Sin embargo, la emoción brilla por su ausencia en una película que Polanski quiere que agrade a todos los públicos y especialmente a los niños. Si buscamos motivos que expliquen la frialdad (e incluso la distancia o el despego) de una película muy cuidada desde el punto de vista técnico, podríamos apuntar a la muy poco inspirada partitura musical de la prestigiosa Rachel Portman. Siendo muy hermosa la fotografía, la película tiene poca profundidad psicológica porque abusa de los planos generales y no consigue la cercanía, el pellizco emocional que proporcionan los primeros planos, dispuestos estratégicamente para que el espectador se asome al interior de los personajes clave.
Me parece que la poda -imprescindible- realizada por el guionista comete el error de apresurarse en exceso en los contrapuntos dramáticos, aunque intente remediarlo con la impactante secuencia final de la visita a la cárcel, en la que se percibe la inteligencia de Dickens para mostrar que el pequeño Oliver, a pesar de los pesares, no ha perdido la inocencia. Sobre el estilo de Polanski, pienso que es muy poco apropiado para esta historia. En concreto, su dirección de actores deja que desear. El niño protagonista está muy bien, pero falta carisma y temperatura en las interpretaciones de Bill Sykes, de Nancy, de Mr. Brownlow. El Fagin de Kingsley no termina de convencer: creo que al final gana Kingsley.
Cabe pensar que Polanski, a sus 72 años, elige historias (esta y la anterior) que de algún modo conectan con su infancia. Y pone distancia y mucho pudor porque es duro reabrir cajones cerrados hace mucho tiempo.
Alberto Fijo