Directora: Samira Makhmalbaf. Guionistas: Samira Makhmalbaf y Mohsen Makhmalbaf. Intérpretes: Agheleh Rezaie, Abdolgani Yousefrazi, Razi Mohebi, Marzieh Amiri. 105 min. Jóvenes.
Tras la caída del régimen talibán, se reabren las escuelas para las mujeres en Afganistán. Noqreh, hija de un anciano religioso y tradicional, va a una escuela a escondidas y sueña con llegar a ser presidenta de la República, imitando a la primera ministra paquistaní Benazir Buto.
El tercer largometraje de Samira Makhmalbaf (Teherán, 1980) es una prototípica muestra del cine social iraní que mereció el premio del Jurado en el Festival de Cannes 2003. De nuevo cuenta con la estrecha colaboración de su padre (el director de «Kandahar») como coguionista, montador y productor. Dice la directora que ha intentado hacer una película realista y «corregir la información errónea que los políticos y los medios crearon» sobre Afganistán, a raíz del 11 de septiembre.
Samira busca dar esa información a su modo, que se caracteriza por la sencillez: un guión simplicísimo, que a veces se hace algo lento, pero que tiene un significado hondamente metafórico, acerca de una realidad bastante más compleja. Podemos percibir la situación del país a través de cómo la película refleja lo que sucede a los personajes. Metáforas que se expresan también visualmente, por ejemplo con los zapatos blancos de tacón, símbolo de espíritu innovador y progresista.
Hay una bonita fotografía y actores no profesionales que dan la talla y consiguen gran naturalidad. Algún pasaje de humor -muy de agradecer- y cierta ironía poética en el tratamiento de la ingenua y vital relación de Noqreh con el poeta permiten respirar un poco de aire fresco.
A través de unos versos de Lorca, el tema de la muerte está omnipresente, es personaje principal. Una muerte que llega inexorable, porque aunque se luche, faltan medios y triunfa la desesperanza.
Sofía López