Oliver Hirschbiegel, una de las grandes figuras de la televisión en Alemania, aspira al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa con su tercer largometraje, El hundimiento, sobrecogedor relato sobre los últimos días de Hitler, en abril de 1945. El asfixiante y medido guion de Bernd Eichinger se basa en un libro del historiador Joachim Fest, y en el testimonio de Traudl Junge, una de las jovencísimas secretarias de Hitler contratadas en el periodo final de reclusión en el búnker, que aparece al principio y al final de la película hablando de esos días.
Estamos ante un derroche de talento cinematográfico al servicio de un implacable cuadro sobre la caída del nazismo, en un Berlín ruinoso que resiste a la desesperada el asalto de las tropas rusas. Hitler (un genial Bruno Ganz) se empecina en no querer aceptar la realidad y cuando termina haciéndolo, sentencia: «Si la guerra está perdida, no me importa que mi pueblo sufra. No derramaré una sola lágrima por él. No merece nada mejor».
En la parcela técnica hay que destacar la impactante verosimilitud de la puesta en escena, tanto en el búnker de 250 metros cuadrados como en los combates en las calles de Berlín. Los decorados y la ambientación, el vestuario y la labor de los estilistas y maquilladores es impecable. El talento del reparto es decisivo para lograr que la película discurra en el tono, en la frecuencia en que el director deseaba transmitir su historia (se hace enormemente recomendable la versión original con subtítulos).
Si bien es cierto que la película se ve con el corazón encogido, hay que reconocer que no ha hecho un uso frívolo de la violencia, que podría haberse mostrado de una forma mucho más brutal, si se piensa en numerosas películas de entretenimiento que utilizan banalmente este reclamo. Quizás Hirschbiegel, con esa mirada documental sobre la pérdida de la dignidad humana provocada por el fanatismo, ha querido poner de manifiesto la falsedad del pretendido heroísmo épico del suicidio de Hitler y algunos de sus secuaces.