En «Tiovivo c. 1950», José Luis Garci oxigena el tono melodramático de su cine recurriendo al sainete y al esperpento. Entre esos géneros se mueven los retazos de historias cotidianas, levísimamente hilvanados, que componen este caleidoscopio del Madrid de la posguerra, en el que domina el color gris, y en el que se mezclan la crueldad y la ternura, lo trágico y lo festivo, lo canalla y lo santo, lo surreal y lo hiperreal.
No todas esas piezas tienen la misma intensidad, de modo que la película discurre con un ritmo sincopado, agravado por un montaje demasiado complaciente. De todas formas, la película ofrece una atractiva factura visual y musical, y su inmejorable reparto -compuesto por 70 grandes actores de todas las edades- da casi siempre la talla. Destacan las sorprendentes recuperaciones de Andrés Pajares y Aurora Bautista, el primero muy contenido y la segunda deslumbrante en la piel de una vieja beata ladrona. Por el contrario, chirría la intervención de Beatriz Rico, cuyo destape rompe la elegancia del film.
Nostálgico y cinéfilo, Garci rinde homenaje a casi todos los grandes cineastas españoles y estadounidenses de los años cincuenta. Y de este «totum revolutum» surgen secuencias poderosas, como el arresto en el bar de un joven antifranquista o el vibrante duelo contable en el Banco. Pero también se generan en él escenas insulsas, como el baile al son de «Cheek to Cheek», de Irving Berlin, que no alcanza la emotividad que Garci pretende. Estos contrastes afectan también a la visión que da la película de la posguerra española, a veces demasiado sombría -sobre todo respecto a la hipocresía moral y la homosexualidad reprimida- y ciertamente parcial en lo referente al catolicismo. En este punto, Garci y Horacio Valcárcel insisten en la atormentada perspectiva unamuniana que ya mostraron en «El abuelo» y «Youre the One».
Jerónimo José Martín