La fiebre de hacer cine puede más que la carencia de ideas originales. Los prolíficos Coen echan mano, no sólo del espíritu de las comedias de la Ealing (estos cinéfilos hermanos recurrieron antes al cine negro o al cine de Capra y Sturges para imaginar sus películas), sino que ejecutan un remake de su título más célebre: El quinteto de la muerte. Quizá es el principal reproche que se puede hacer a su film: que sea una variación sobre el mismo tema.
Pero este inconveniente no obsta para que personalicen la trama original, logrando una divertidísima traslación al Sur de los Estados Unidos. Allí Marva, una anciana negra, viuda y que vive sola, acepta como inquilino al muy pedante profesor G.H. Dorr. Dice que necesita tranquilidad, y le resulta muy conveniente el sótano de la vivienda, donde se reunirá con cuatro compinches, en teoría para tocar música. En realidad están cavando un túnel para acceder a un barco-casino anclado en el río Mississippi, que pretenden desvalijar.
Tom Hanks cambia de registro y hace una perfecta composición del profesor, cuyos modales relamidos contrastan fuertemente con el carácter directo y enérgico de la anciana, una estupenda Irma P. Hall, que fue premiada en Cannes. Los Coen explotan brillantemente el humor negro, orquestan con gracia los momentos de enredo, por ejemplo en la sesión de poesía. Los miembros de la banda, cada uno con su tipismo, están bien caracterizados, y permiten el recurso al absurdo (el general chino, que oculta sus cigarros bajo la lengua; el coronel con su robusta novia, la Chica de la Montaña ). Su poderío visual sigue siendo notable, como prueban los planos en que los cadáveres son arrojados al río.
José María Aresté