Después de una mediocre carrera como actriz, la hija de Francis Ford Coppola, Sofia, llamó la atención en 1999 con su primer largometraje como directora y guionista: la interesante pero discutible Las vírgenes suicidas. Ahora sorprende de nuevo con Lost in Translation, una de las grandes sorpresas de la temporada. Premiado en Venecia y Valladolid, este film ganó los Globos de Oro a la mejor película de comedia o musical, actor (Bill Murray) y guión, y ahora opta a los Oscar a la mejor película, director, actor (Bill Murray) y guión original.
Bob es un veterano y popular actor estadounidense, desencantado de su trabajo y de su vida matrimonial, que viaja a Tokio para grabar un spot publicitario por el que le pagan una millonada. Por su parte, Charlotte es una chica joven y culta, también estadounidense, que renunció a su carrera universitaria cuando se casó hace dos años con un prestigioso fotógrafo, bastante insensible y sólo preocupado por su trabajo. Insomnes y angustiados por su soledad y hastío vital, Bob y Charlotte se conocen en un hotel, sintonizan sobre la marcha, se confían mutuamente sus penas y afrontan juntos una escapada sin rumbo por los ambientes más psicodélicos de Tokio. Su amistad se transforma pronto en un sentimiento distinto.
Lost in Translation es una película compleja, cuyas poderosas virtudes están empañadas por sombras igualmente vigorosas. Por ejemplo, su guión muestra una notable hondura dramática y ética al retratar la tragedia del desencanto conyugal, y al distinguir claramente el amor auténtico de la amistad sincera y de la simple atracción sexual. Un retrato y una distinción que emparentan la película con grandes obras del cine, como Breve encuentro, de David Lean, o Deseando amar (In the Mood for Love), de Wong Kar Wai. Sin embargo, esa sutileza se rompe en la presentación de un ambiente de hedonismo vulgar, permisivo respecto al consumo de drogas y al exhibicionismo sexual. También hay fracturas en cuanto al tono y al ritmo, pues la película arranca como una hilarante comedia disparatada, y poco a poco se transforma en un melodrama moral, más bien patético y pesimista, y desarrollado a veces con tediosa lentitud.
En cualquier caso, Sofia Coppola aborda con honestidad la insuficiencia de la fama, las fracturas culturales y, sobre todo, la dolorosa soledad y la terrible perplejidad moral de tanta gente que ha perdido el norte de su vida. Además, logra sorprender con su personal puesta en escena -entre realista y onírica, y siempre muy indie- y con su expresiva utilización de la fotografía y la banda sonora. Finalmente, arranca a Bill Murray y a Scarlett Johansson las mejores interpretaciones de sus carreras.
Jerónimo José Martín