El italiano Gabriele Salvatores es uno de los cineastas europeos actuales más discutidos. Si ya generó división de opiniones con Mediterráneo —Oscar 1991 al mejor film en lengua no inglesa—, sus siguientes trabajos, Nirvana y Amnesia, fueron muy criticados por su efectismo formal y su vacuidad dramática. Ahora, encauza su irregular trayectoria con No tengo miedo, que adapta la novela homónima de Niccolò Ammaniti.
Inspirada en hechos reales, la acción trascurre en una pobre aldea italiana durante el caluroso verano de 1978. Allí vive Michele, un chaval de 9 años, sensible y vitalista, que lleva mal las crueles bromas de sus pocos amigos. En una de sus solitarias escapadas a una casa en ruinas, encuentra a un niño de su edad encerrado en un mugriento agujero en el suelo. Al paso que crece su amistad con el misterioso chaval enterrado, Michele irá descubriendo una sórdida trama criminal.
Salvatores dosifica bien la intriga y el drama, de modo que los personajes crecen a lo largo del relato, encarnados con convicción por un buen reparto, en el que brillan los actores infantiles y Aitana Sánchez-Gijón, en su mejor interpretación en años. Todo esto se refuerza por la inquietante puesta en escena —casi siempre sugestiva a pesar de alguna espesura ampulosa— y con la original banda sonora del español Alberto Iglesias.