Parece claro que el director y los guionistas de esta película han revisado despacio su primera entrega cinematográfica del célebre cómic de la Marvel, que cumple 40 años de aventuras protagonizadas por los superhéroes mutantes residentes en el singular colegio regentado por el profesor Charles Xavier. En X-Men 2 el tebeo está mejor leído, se presta más atención a los conflictos entre los miembros del equipo mutante, se dosifica mejor la acción, se perfila mejor a buenos y malos; en fin, se explota el tránsito de la vida común a la «misión» o, dicho de otro modo, la doble vida, elemento clave en los múltiples héroes enmascarados hijos de los escritores Stan Lee y Jack Kirby. Abundan las muertes aunque se quiere minimizar la violencia y sus efectos, no recreándose en ellas.
Los efectos especiales siguen siendo magníficos (los momentos de realidad en perfecto pause) y marcan una diferencia abismal con DareDevil y notable con Spider-Man. Singer (Sospechosos habituales) tiene más soltura, se siente más cómodo, y el espectador lo nota. A los personajes ya conocidos se añaden otros nuevos, entre los que destaca uno curioso, Kurt Wagner, alias Rondador Nocturno. Al igual que en la primera entrega, y siguiendo un principio que ha adquirido carácter normativo en el cine de acción gracias a Spielberg y su Indiana Jones, el prólogo es una impactante minipelícula.
Los actores, a pesar del esquematismo, están muy bien, tienen presencia y estilo, especialmente el australiano Hugh Jackman en su papel de Lobezno. Los ingleses Ian McKellen y Patrick Stewart aportan su proverbial distinción y solemnidad aprendidas en muchas horas de teatro. Este aluvión de películas sobre héroes de viñeta le ha venido bien a la industria norteamericana, que ha encontrado una gasolinera en el desierto, un surtidor de litros y litros de entretenimiento trepidante y espectacular de encefalograma plano, que no permite ausentarse para ir al WC.
Alberto Fijo