Director: Spike Lee. Guión: David Benioff. Intérpretes: Edward Norton, Philip Seymour Hoffman, Barry Pepper, Rosario Dawson, Anna Paquin, Brian Cox, Tony Siragusa, Levani Outchaneichvili. 135 min. Adultos.
Nueva York, era post 11 de septiembre de 2001. La ciudad herida sirve a Spike Lee como metáfora de otras heridas del alma, las que arrastran varios personajes que deambulan a lo largo de las 24 horas que restan de libertad a Monty, antes de ingresar en prisión. Su delito, el tráfico de drogas. El peso que grava en su conciencia tiene diversas manifestaciones: la certeza de no haber cortado a tiempo con su actividad inmoral, junto al hecho de saber que alguien de su entorno cercano, quizá su novia, le ha traicionado. Le toca, en ese corto espacio de tiempo, despedirse de su padre, un honrado bombero, y de sus viejos amigos de colegio: Frank, broker triunfador, sólo en apariencia, y el tímido Jakob, profesor de instituto.
Gran parte de esta trama urbana, dura y realista, basada en la novela de David Benioff que él mismo adapta, transcurre de noche. Imágenes como los dos chorros de luz que sustituyeron en una ocasión, simbólicamente, a las Torres Gemelas, o los trabajos de quitar escombros en la Zona Cero, definen la atmósfera de una historia donde se dan la mano la rabia y la impotencia, con sitio para la violencia física y psicológica. Es el caldo de cultivo en que unos tipos reemprenden la búsqueda de un sentido claro para su existencia. Las dudas que torturan a Monty con respecto a su chica, o el deseo de Jakob hacia una alumna descarada, hablan de la necesidad de establecer los lazos amorosos sobre la confianza y el mutuo darse, más que sobre los endebles cimientos de las apariencias.
Spike Lee, un cineasta combativo y visceral, sobre todo cuando habla de sus hermanos de raza negra, de discriminación y derechos civiles, logra un tono más contenido y efectivo en La última noche, uno de sus mejores títulos, y que eleva una carrera que no había dado nada interesante desde La marcha de un millón de hombres (1996). Uno de sus mayores méritos es culminar bien una historia donde los personajes (muy bien interpretados) crecen y maduran, y donde se defiende la capacidad del hombre para cambiar y mejorar, si se cuenta con los apoyos necesarios: Dios, la familia, los amigos, una voluntad decidida… La última escena de Monty es como el polo opuesto a una previa, donde éste desata su ira contra el mundo en la soledad del cuarto de baño, con la única compañía de su imagen en el espejo.
José María Aresté