Tras Como un relámpago y Fugitivas, el granadino Miguel Hermoso nos regala otra interesante película, incluso mejor que las anteriores. Joaquín es un jubilado que en 1980 se encuentra con alguien a quien salvó la vida en la guerra civil. Entonces Joaquín era un joven campesino que vio cómo un hombre recién fusilado seguía aún con vida. Se lo llevó a su casa y le cuidó como pudo. Una bala le había atravesado el cerebro y casi no hablaba ni articulaba razonamiento alguno. Cuarenta años después se ha convertido en un vagabundo medio loco. Y Joaquín quiere terminar la buena obra que interrumpió cuando entregó al lisiado en una institución religiosa de caridad.
Esta bella historia de un buen samaritano tiene escondida una preciosa sorpresa que preferimos no revelar. Alfredo Landa y el italiano Nino Manfredi sostienen con mucha emotividad un guión con rasgos inteligentes. Escenas conmovedoras se combinan con otras más cómicas, y el resultado es una película que da mucho más de lo que promete. Y, como colofón, una impresionante banda sonora del maestro Ennio Morricone.
La caridad, el perdón, la dignidad, el respeto por la vida del otro, el arte, el consumismo… son temas que la película desarrolla sin pedantería ni artificio pretencioso. Aunque en algún momento parece reiterativa, La luz prodigiosa se sigue con interés por su humanidad desbordante y por la leve intriga de la trama. Por último, cabe señalar que Miguel Hermoso no desaprovecha la ocasión de hacer un dibujo breve pero muy positivo de las congregaciones católicas dedicadas a la caridad. Una película, en fin, recomendable, que en cierto modo supera el complejo cinematográfico de las dos Españas.
Juan Orellana
