Director: Christian Carion. Guión: Christian Carion y Eric Assous. Intérpretes: Michel Serrault, Mathilde Seigner, Jean-Paul Roussillon, Frédéric Pierrot, Marc Berman. 103 min. Jóvenes.
Sandrine es una joven informática que decide a sus treinta años colgar los pecés y discos duros y dejar París, para estudiar agricultura. Su intención es comprar una granja y aplicar su espíritu emprendedor a la explotación agraria. Encuentra una finca adecuada en la aislada meseta de Vercors. Pero su propietario Adrien, un anciano viudo al que le cuesta vender, sólo acepta la transacción a cambio de permanecer un año en su casa, hasta encontrar otra adecuada. La vencidad va a ser difícil, pues Adrien es un manojo de contradicciones. Está muy unido a Jean, un amigo; recuerda con ternura a su esposa muerta; pero es incapaz de soportar a las nuevas generaciones que llegan pisando fuerte, de las que Sandrine es fiel representante. Por ello adopta de entrada una actitud distante, y no está dispuesto a mover un dedo por ayudar a la neófita Sandrine. En el fondo de su corazón cree que la chica no aguantará el duro invierno.
El francés Christian Carion coescribe y dirige una emotiva película, que reivindica la vida del campo frente a un estilo de vida urbano y estresante. A la vez despliega un puñado de cuestiones interesantes, presentadas con gracia, sin amargura: el choque generacional no cae en el tópico, e insiste en los aspectos positivos que conceden la veteranía y el ímpetu juvenil; la sombra de la muerte obliga a plantearse a Adrien el modo de aprovechar el resto de su vida, que no sabe lo que dará de sí (pocas películas recientes presentan a un personaje rezando con la naturalidad con que ésta lo hace); hay un dibujo de la amistad y la solidaridad cercano, creíble; se muestran con acierto los problemas de comunicación entre los personajes; existe la añoranza por la esposa ausente, por el novio con quien no se acaba de concertar el necesario compromiso, un reconocimiento a la hermosura del amor humano.
Michel Serrault y Mathilde Seigner protagonizan un magnífico mano a mano y encarnan bien los cambios de humor de sus personajes. La película avanza a paso firme, y cala en el deseo universal de una vida mejor, más plena. Y resuelve bien el final. El resultado es una auténtica bocanada de aire puro, sin contaminar.
José María Aresté