Carlos Sorín (Buenos Aires, 1944) es el más solicitado director publicitario en su hoy maltrecho país. Su última película, Historias mínimas, ganó en el pasado Festival de San Sebastián el Premio Espacial del Jurado y una Mención Especial del Jurado de la Organización Católica Mundial de la Comunicación (Signis). Sus dos largos anteriores no pasaron desapercibidos: La película del rey obtuvo en 1986 el León de Plata en Venecia y el Goya a la mejor película extranjera; y Eterna sonrisa de New Jersey fue galardonada con el Premio a la mejor actriz (Mirjana Jokovic) en el Festival de San Sebastián de 1989.
Durante el rodaje de un spot en la desolada Patagonia, Sorín decidió rodar, con actores no profesionales (todos menos dos), esta historia sobre las ilusiones de gentes de un confín del mundo, representantes de tres estadios vitales: juventud, madurez y vejez. Al pueblecito de San Julián arriban Don Justo, un octogenario en busca de su perro desaparecido tres años atrás; Roberto, viajante de comercio, que quiere ganarse el afecto de una joven tendera viuda con una tarta de cumpleaños; y María Flores, requerida por un concurso de una televisión local. La desnudez del paisaje acoge estas historias mínimas, marcadas por el ulular constante del viento curtidor.
Hay enorme vigor narrativo en el guion y la realización, que retratan la frescura y el humor de unos personajes muy amables. Estamos ante una excelente y conmovedora road movie, con los inconvenientes del cine situacional argentino, minimizados por el inteligente montaje y el aliento ético del viaje de los personajes.